Relato de una tarde con tres convictos

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
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Me esperaban en la sala de visita de la Cárcel Regional de Bayamón, donde extinguen sus penas por los asesinatos de Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví. Vestían sus mamelucos caquis. Me esperaban de pie. Quizá impacientes, mirándome con curiosidad.
Honestamente, me sorprendió que me concedieran la entrevista. No tengo duda de que sienten hacia mí cierto resquemor. Fueron mis reportajes investigativos los que provocaron el proceso judicial que los devolvió a la cárcel. Podríamos decir que fui “su verdugo”.
Pero, Nelson González, Rafael Moreno Morales y Rafael Torres Marrero querían verme la cara. Querían ver quién era la persona que, según González, les “había hecho tanto daño”.
Me impresionó ver a González con un brazo tembloroso por la enfermedad de Parkinson. Vi la desesperación en su rostro pálido causada por el prolongado encierro -cumplió 14 años de una condena federal- y por la ansiedad que tiene por salir del cautiverio.
Este ex policía, que les quitó las esposas a Darío Rosado y a Soto Arriví para que no se supiera que les dispararon estando esposados, fue vehemente al expresar su arrepentimiento por sus acciones. Pidió perdón y me pidió llevar el mensaje al pueblo de Puerto Rico y a los familiares de las víctimas.
“Señora Marrero, si yo pudiera echar el tiempo para atrás, les devolvía la vida”.
Reflexiones en confinamiento
-Ustedes han pasado su calvario. ¿Creen que cumplieron su deuda con la sociedad y que se les debe dejar salir?”, pregunté para romper el hielo.
“Después de 30 años y todo el sufrimiento que hemos ocasionado y hemos pasado, todavía se recuerda. Cualquier noticia que surge siempre lo comparan con Maravilla”, dijo González, mirándome fijamente a los ojos. “Yo pienso que ya es tiempo suficiente por el sufrimiento que le hemos hecho pasar a algunas personas y el que nuestros padres y familiares han pasado. Yo, personalmente, estoy arrepentido de mi actuación. De lo que yo hice. Lo he dicho siempre. Lo siento grandemente. Creo que merezco el castigo, pero no tanto. Usted puede facilitarme el llevar el mensaje a los familiares de las víctimas de mi arrepentimiento. Si el daño yo pudiera repararlo, lo haría”.
-“Con el tiempo uno ve las cosas desde otra óptica. Ustedes eran jóvenes ¿Ustedes siguieron unas instrucciones? Sus compañeros lo han señalado”, solté a boca de jarro, refiriéndome a Juan Bruno González y Jaime Quiles Hernández, quienes disfrutan del privilegio de libertad bajo palabra. En una vista de seguimiento en la Junta de Libertad Bajo Palabra, ambos policías admitieron que recibieron instrucciones del comandante Ángel Luis Pérez Casillas.
“En el caso mío, específicamente, yo era sargento. Por encima de mí estaba el teniente Jaime Quiles y por encima de él, el comandante Pérez Casillas”, dijo González, describiendo la línea de mando.
Pero el ex sargento, quien mantuvo la voz cantante por largo rato, rechazó al inicio haber recibido instrucciones. Aunque luego admitió que Pérez Casillas los instruyó a mantener la versión oficial sobre los hechos. A él específicamente se le ordenó sostener la mentira de que no estuvo en la escena de los hechos y decir, en vez, que se encontraba ese día en las actividades de conmemoración del Estado LibreAsociado, en Bayamón, en las que el gobernador Carlos Romero Barceló era el orador.
El trío de ex policías mantuvo en todo momento que lo que sucedió en Maravilla fue producto de “una histeria colectiva”. El motor que generó la histeria que los invadió, según éstos, fue que otro policía, Luis Reverón Martínez, llegó a la escena furioso porque habían herido al agente encubierto Alejandro González Malavé.
Hoy, González recrimina a sus superiores por no haberlos controlado.
“Yo creo que los supervisores de más alto rango pudieron haber controlado eso, sometiéndonos a la obediencia o llevándonos ante un juez. Pero instrucciones como tal yo no seguí de nadie”, mantuvo González.
Moreno, quien se había mantenido callado hasta entonces, mirándome, estudiándome, escudriñándome, intervino por primera vez cuando intenté indagar sobre el adiestramiento que se daba en la División de Inteligencia de la Policía.
Estos muchachos eran independentistas. ¿A ustedes les inculcaron cierto odio hacia los independentistas?
-Odio como tal no, pero nosotros bregábamos con este tipo de grupos, mayormente con grupos clandestinos, y sabíamos cómo actuaban. Pero en la forma que usted nos los plantea, no. Hacíamos nuestro trabajo. Lo que entendíamos que era correcto.Yo creo que usted ha sido injusta con nosotros en muchas ocasiones, porque a veces se ha escrito y se han dicho muchas cosas que no son verdad.
¿Por ejemplo?
-Que si los muchachos salieron en libertad ilegalmente. Eso no fue correcto.
Se refería a la libertad bajo palabra que recibieron González, Torres, Bruno y Quiles tras cumplir sus sentencias federales pero sin haber cumplido sus condenas estatales.
“Pero eso lo determinó el tribunal”, le recordé.
Torres, quien se había mantenido callado, planteó la teoría de que el reencarcelamiento respondió a razones políticas. Moreno y él insistieron en más de una ocasión que en el Caso Maravilla nunca se ha tratado como uno criminal, sino como uno político. Tienen la firme convicción de que es la política la que les ha impedido salir en libertad.
González interrumpió para explicar que cuando los abogados negociaron con los fiscales las sentencias, en el proceso del juicio, aceptaron declararse culpables con la promesa de que recibirían la sentencia más alta de 15 a 30 años, que serían “concurrentes con la federal y que Corrección las borraría”. Eso, sin embargo, no se desprende de ninguna de las sentencias del tribunal.
“Había algo bueno”
Intenté explorar el conocimiento que tenía el trío de policías sobre la trama que desencadenó en los asesinatos. Pregunté si sabían que los jóvenes serían llevados a Maravilla por un agente encubierto. Torres, ni corto ni perezoso, ripostó que “eso es una teoría de la prensa y el Senado, pero ésa no fue la realidad”. “En la vistas se dijeron un montón de embustes”, apuntó.
González, asumió el rol de conciliar las respuestas que daban sus compañeros. A él sí le anticiparon que “había algo bueno”.
“Yo estaba compensando unas horas. Cuando llegué a la División, me dijeron que íbamos a viajar a la Isla. Ese día se suponía que yo trabajara en Bayamón. El 24 (de julio) el agente (José) Montañez me dijo que había algo bueno y al otro día por la mañana me dijeron que se suponía que fuera a Bayamón, pero que había un operativo en el Cerro Maravilla. Anteriormente yo no tenía conocimiento”.
Torres agregó que se sabía que había un agente encubierto en el grupo, pero nada más.
Éste hizo énfasis en que ninguno de los testigos que declararon en las vistas de Maravilla y en el juicio estuvieron en la escena de los hechos. Dijo que muchos se declararon culpables o no los acusaron y “se convirtieron en estrellas”.
“No estoy justificando.Yo lo he sentido en el alma. Desde las vistas y desde que levanté las manos. Lo he dicho, porque no son sólo los familiares de las víctimas los que han sufrido. También nuestros familiares. Yo perdí a mi madre y a mi padre. El sufrimiento desgraciadamente nos ha perseguido. Tenemos unos familiares que nos han seguido a todas las cárceles y están haciendo esta condena con nosotros”, dramatizó Torres.
“Tenemos derecho a la rehabilitación”
“¿Hasta cuándo van a seguir destruyendo la vida de nosotros? En 23 años yo no he pisado ni un pizca de grama. Tenemos derecho a rehabilitarnos. Esto lo han tratado como un caso político en vez de uno criminal. Cada vez que se habla algo es de nosotros, los de Maravilla. Yo me hago la pregunta:¿los de Maravilla no tenemos derecho a ser rehabilitados? ¿No tenemos derecho de volver a estar con nuestra familia?”, inquirió Torres con vehemencia.
Ésa es la fatalidad de este caso, les dije, y de inmediato abordé el tema de si hubo planificación por parte de otras personas, a otros niveles jerárquicos.
Torres se mantuvo en que lo que ocurrió allí no fue planificado, remitiéndose a la histeria creada ante el anuncio de la supuesta muerte de González Malavé.
“Todo el mundo se volvió loco”, acotó.
Nuevamente González fue cauteloso con la respuesta. “De haber habido una planificación más arriba, era imposible para nosotros conocerla, a nosotros no podía llegar. Éramos agentes y yo un sargento. No creo que haya ocurrido, pero si alguna cosa ocurrió, nosotros no teníamos conocimiento”, apuntó.
Les planteé entonces que Bruno y Quiles responsabilizaron a Pérez Casillas, dijeron que recibieron instrucciones.
“Eso es correcto. Nosotros seguimos instrucciones. Él era el jefe de nosotros”, se apresuró a comentar Torres.
No obstante, González se encargó de aclarar que Pérez Casillas le daba instrucciones, pero instrucciones de que “había que acabar con esa gente o que gente más arriba lo dijera, eso nunca llegó”.
Bruno dijo en la JLBP que si Pérez Casillas hubiera querido salvar a esos muchachos se los llevaba al hospital de Villalba.
“Eso es correcto, él pudo hacerlo. Él estaba allí con nosotros. Por qué no lo hizo, no sé. Estaba ahí, pero cuando murieron los muchachos no, porque cuando vinieron los muchachos él bajó del área de la montaña”, dijo González.
“Él salió a llevar al herido, al chofer de carro público Julio Ortiz Molina. Él salió con Montañez y nos quedamos nosotros en la escena”, comentó Torres.
¿Ustedes se cegaron?
“Lo que sucede es que allí llegó Reverón y cuando Montañez disparó, que hieren al agente encubierto, llega Reverón y formó un lío y dijo que se había muerto el agente y haló el gatillo y disparó a uno de los muertos (Darío Rosado)”, continuó contando Torres.
El arrepentimiento
En estos momentos la JLBP tiene bajo su consideración los referidos de González y Torres. A éstos les faltan siete u ocho años para cumplir el máximo de su sentencia, por lo que esperan con ansias que les permitan salir en libertad bajo palabra.
Moreno muestra más resistencia a aceptar unos hechos, al sostener que la verdad, es “la que otros quieren llamar verdad”. Su caso es más grave. Fue él quien mató a Soto Arriví.
A usted, Moreno, ¿cuánto le falta por cumplir?
-Me falta más tiempo. Lo que yo digo es que lo que pasó allí ya no se puede virar pa' atrás. Lo que pasó, pasó. Lo que pasó allí no es lo que la gente quiere decir que pasó allí. Si nosotros quisiéramos en aquel tiempo matar a un independentista, cogíamos a un líder. ¿Para qué íbamos a matar dos jóvenes? Lo que pasó allí fue de una histeria colectiva. No eran las intenciones o que nos dieron órdenes.
Usted, Moreno, ¿siente arrepentimiento, auténtico del corazón?
-Claro, claro. Si yo era policía de verdad. No era policía de embuste. Yo era policía de verdad. Yo era policía 24 horas. Para mí la Policía era más importante que la propia familia.
Mirando atrás a su participación...
-No, si yo miro para atrás ahora, dejo que tumben las torres.
¿Usted cree que iban a tumbar las torres de verdad?
-Eso es un mito que han dicho. Allí habían 40 galones de oxígeno, si prende una mecha allí, aquellos 40 cilindros que habían, la torre hubiese llegado a Ponce.
Le comenté que eso no se probó ni en las vistas ni en los juicios y contestó: “Porque no lo querían probar.”
O sea, ¿que usted cree que eran unos terroristas?
-No que eran terroristas, pero tenían intenciones de hacer daño.
Así que usted no se arrepiente.
-No, yo no digo que no me arrepiento. Yo me arrepiento de estar allí ese día. Porque si no llego a estar allí, estaría con mi familia.
El tiempo no se puede echar para atrás, han pasado 30 años y usted está confinado. Le pregunto de verdad si usted se arrepiente o no de la acción que usted tomó.
-Claro, eso siempre lo hemos dicho.
Yo digo usted.
-Claro, yo he dicho que me he arrepentido de cometer unos hechos.
Le pregunté qué le diría a la familia de las víctimas y evadió la respuesta.
-Yo, realmente, a la mamá de Soto Arriví, que es la persona a la que yo le quité la vida, ella nunca me demandó y a ésa yo siempre le tengo respeto. A esa señora no la vi en la prensa. No la vi demandando. Porque mi mamá yo la vi sufriendo. Se ve que esa persona tenía sentimiento por su hijo.
¿Qué usted piensa de (el fallecido escritor y padre de Carlos Soto) Pedro Juan Soto?
-Yo tengo un hijo que yo le inculqué ser policía. Ha ido a Irak dos veces. Ha ido a Bosnia. Si le pasa algo no puedo culpar a Estados Unidos. A veces usted inculca a su hijo con unas ideas. No le puede echar la culpa a otro.
¿Qué usted quiere decir con eso, que él le inculcó a su hijo ser terrorista?
-Sí, que sea terrorista.
¿Usted cree que esos muchachos eran terroristas?
-Sí, yo creo que sí.
En ese sentido ¿Usted cree que cumplió con su deber, como su hijo en Irak?
-Sí.
O sea, que si usted haló el gatillo, ¿usted cree que cumplió con su deber?
-No. Son cosas diferentes. Yo estaba allí porque el deber me puso allí.
Por lo tanto, no se arrepiente porque estaba cumpliendo con su deber.
-No, yo me arrepiento de haberle dado muerte a Soto. Pero los hechos ocurrieron de una forma que el pueblo… siempre se le ha llevado al pueblo que nosotros quisimos asesinarlos. Eso pasó como un flash. Jamás llegamos allí pensando que íbamos a matar a nadie.
¿Qué le diría a los familiares, a las víctimas?
-Yo no sé qué familia queda.
Hablando del deber...
Nelson González me dijo que él me dio la entrevista porque quería saber quién yo era, quién era la periodista que tanto ha escrito de ellos.
“¿Usted siempre ha sacado artículos que nos afectan a nosotros, porqué nos ha hecho daño?”, preguntó hasta con angustia.
La pregunta me cayó como un vaso de agua fría. Guardé silencio. Medité. Y contesté.
Les hablé de mi deber de informar la verdad. Les recordé que los sucesos de Maravilla hirieron la sensibilidad del país. Les planteé que ahora tenían la oportunidad de expresar arrepentimiento, que este pueblo sabe perdonar y sabe identificar quién es auténtico.
“Señora Marrero, yo sé que he hecho daño al pueblo de Puerto Rico y a estos muchachos y quiero que sepan que éste es mi sentir”, repitió González.
Y los dejé allí, con sus uniformes caquis y sus rostros cansados, meditando sobre el 30 aniversario de los hechos que cambiaron sus vidas para siempre.