Relato: Mi abú y su hogar
Llega una etapa en la vida en que no hay opción, pero hay que saber escoger cuál.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 13 años.
PUBLICIDAD
No fue fácil. Dejar a mi abú en un hogar de ancianos fue una de las decisiones más difíciles de mi vida. Pero a la larga, ha sido la mejor opción.
Mi abuela siempre fue independiente y fuerte. Tan fuerte que aguantó el fallecimiento de su único hijo varón en 1979. En 1993, murió su única hija, mi mamá, y ocho meses después, su esposo y compañero de vida por más de 40 años.
Pero nunca la vi llorar. Siguió cuidándonos a mi hermana y a mí y saliendo con sus amigas.
En el 2006, poco antes de cumplir 84 años, chocó contra un poste. Yo estaba de viaje y cuando regresé, encontré que había una citación del tribunal, y ella no se acordaba.
Había notado que se le olvidaban las cosas, pero ésa fue la señal de que abú, la mujer fuerte e independiente que siempre vi, no estaba bien. Se le diagnosticó demencia senil.
Conocí a una señora cariñosa, humilde y trabajadora que la cuidaba medio día y pasó a ser su ángel de la guarda.
Tenía sus altas y bajas, y familiares me recomendaban que la llevara a un hogar. Cuando le hablaba del tema, era el peor insulto para ella. “Tú lo que quieres es deshacerte de mí”; “Haces eso y no eres mi nieta”; “Yo no me voy de aquí”.
Pero un domingo, apenas 20 minutos después de irme de su casa, me llamaron para decirme que abú se había caído.
Mi hermana y yo la llevamos al hospital. Se fracturó el hombro y tuvieron que operarla. Necesitaría cuidado las 24 horas y, aunque la cuidaron en la casa unas semanas, resultaba muy costoso, mientras que ella se volvía cada vez más dependiente y no quería salir de la cama.
No tenía más remedio que comenzar mi búsqueda de un hogar. Lo más importante era que la trataran bien, que fuera cerca y no muy caro.
Llamé a varios que costaban sobre $3,000 mensuales. Fui a otro religioso, pero había lista de espera. Año y medio después, no me han llamado.
Por recomendación de mi tía y la buena experiencia que tuvo con mi abuela paterna, me decidí por un lugar cercano en el tope de una loma.
Para llevarla, hubo que decirle que su casa se inundó.
Tuve que irme sin que se diera cuenta, y me dijeron que no fuera a verla en lo que se acostumbraba. La iba a ver, escondida detrás de una columna para que no me viera.
Al mes, me dejaron verla. Nos abrazamos y lloramos, pero cuando se dio cuenta que sólo era una visita, me gritó: “Tú no me quieres, tú no eres mi nieta”.
Poco a poco se fue acostumbrando. Ahora me ve y se emociona porque sabe que “vamos a pasear”. Me recibe con “llegó mi nieta querida bella” y me presenta una y otra vez a todas sus amigas.
Le encanta que la lleve a almorzar hamburgers y se queda tranquila cuando la llevo de vuelta al hogar.
Abú cumple 90 años en julio. Cuando se lo recordé, dijo: “Ay virgen, si yo me siento de 15”. Cuando le pregunté qué quería hacer para celebrarlo, me dijo: “Llevarme al sitio de siempre (donde come hamburgers), pero con bizcocho”.
Si busca un hogar para un anciano de su familia, considere:
Que las habitaciones y pasillos estén limpios y libres de malos olores
Que haya timbres o cualquier forma de avisar al personal en caso de emergencia o necesidad de servicio
Que los pasillos tengan barras de apoyo
Que haya agua fresca en las habitaciones y disponible en todo momento
Que las camas tengan barandas
Que le muestren un plan de actividades para fomentar la socialización y el compartir
Que se perciba un ambiente acogedor, hogareño y de cordialidad
Solicitar copia del manual o reglamento del hospicio
Que le orienten sobre todos los servicios que ofrecen, incluyendo los que no forman parte del pago mensual
Que le muestren el menú certificado por una nutricionista o dietista licenciada
Que los residentes estén aseados, vestidos adecuadamente y activos
Que el ambiente sea lo menos restrictivo posible y que garantice las libertades básicas del ser humano
Que le informen los horarios de visita