Para el agente Leví Rivera Sánchez, adscrito a la División de Relaciones con la Comunidad, los abrazos que brinda y recibe de su familia en estos días de cuarentena tienen que esperar. Para él es la única manera de protegerlos contra el coronavirus, una enfermedad a la que está expuesto a diario.

Rivera Sánchez, quien se encuentra reforzando las zonas de Río Piedras y Santurce, explica el desafío que representa intervenir con delincuentes en las calles, con pocos recursos, y contra un adversario invisible para evitar contagiarse con el COVID-19.

“Para nosotros los policías es un reto llegar sano y salvo a su casa, trabajar en las calles y no infectarnos, contraer el COVID-19”, explica el esposo y padre de dos hijas a quien también le preocupa la salud de su madre, de 67 años.

“Yo perdí a mi papá, que ha sido el golpe más duro en mi vida, y por nada en el mundo quisiera que mi mamá se contagie. Como policías tenemos que salir a la calle día tras día, y aunque pensamos en cuidar nuestras vidas, muchas veces nuestra preocupación no es ni por nosotros, sino por los que nos esperan en nuestro hogar”, exclamó el agente en entrevista telefónica con Primera Hora.

Su rutina para descontaminarse le toma de 30 minutos a una hora, tiempo que se aplazan los abrazos y los besos de bienvenida de su esposa e hijas.

Al llegar a la casa -y antes de entrar a la estructura- se quita el uniforme y las botas, separa documentos, el teléfono celular, el dinero en efectivo y otras pertenencias. Todo lo limpia con una solución de cloro y alcohol. Luego se va a duchar.

“Les digo a mis princesas, a mis hijas, que se queden en sus cuartos porque papá va a entrar directamente al baño. No hay besos, no hay abrazos hasta que papá no se termine completamente de limpiar con agua caliente. Después vienen los abrazos… Hay veces que esperan un montón porque, por lo general, los hijos cuando ven llegar a su papá, que es policía, siempre quieren esa oportunidad”, contó el agente.

A pesar de que la agencia les entregó guantes y mascarillas, los agentes tienen que suplirse con atomizador antibacterial, alcohol y todo aquel equipo que necesiten para proteger su salud, especialmente cuando intervienen con grupos de personas.

“Tenemos Lysol, alcohol, que llevamos de nuestras casas… Siempre tratamos de mantener una distancia de cinco pies o más, pero obviamente hay momentos en que hay que intervenir tomando las debidas precauciones sin dejar de hacer el trabajo”, reveló quien lleva 10 años en el Negociado de la Policía.

Todavía la cantidad de personas que incumplen con el toque de queda es notorio, según se observa cuando salen a caminar, a pasear los perros, visitar a un amigo, a ejercitarse o a desayunar, porque a pesar de la información que a diario difunde el gobierno creen que el coronavirus es algún tipo de catarro fuerte con el que podrán lidiar.

Ante estas situaciones, el policía reconoció siente cierto temor de contagio al intervenir con personas aglomeradas en un lugar, especialmente porque pueden estar asintomáticas.

“Uno siente nerviosismo de que estamos interviniendo, estamos tratando de romper los grupos… como los síntomas al momento no se reflejan sabemos que en todas (las intervenciones) hay un riesgo… Hay personas que quieren acercarse, muchas veces tosen, muchas veces estornudan”, sostuvo Rivera Sánchez, para quien uno de los mayores desafíos es trabajar con la población de la tercera edad.

Indicó que se topa con personas de 60 y 70 años, que están en la calle sin necesidad alguna, y no toman en serio la gravedad de lo que vive el país, ni las reglas del distanciamiento social para minimizar el riesgo de enfermarse.

“Es que las personas lo ven como una simple gripe, como si fuera una influenza, como si fuera un catarro, como si fuera un simple virus, como en general dan en Puerto Rico. Ese ha sido el mayor problema no solo en Puerto Rico sino a nivel mundial, lo subestimamos”, acotó el agente, quien labora en turnos de 12 horas.

Aunque los delincuentes se cuidan de ser apresados por la Policía, el toque de queda ha facilitado la manera de efectuar las intervenciones, ya que al haber menos gente en la calle pueden identificar aquella persona que delinque, que transita en un auto hurtado, sin marbete o que transporta material ilícito, ya que la Orden Ejecutiva 2020-023 les provee un motivo fundado para detenerlos.

Otra dificultad que enfrentan los miembros de la Uniformada es el uso de los baños públicos, que cada vez son menos debido al toque de queda, y la compra de comida ante el riesgo de que los empleados que les despachan los alimentos estén enfermos.

“Hay mucha gente enferma en la calle y estamos todo el tiempo pendiente. Nosotros estamos patrullando por 12 horas largas y si no hay baño tenemos que aguantar y llegar hasta un cuartel o el Cuartel General para nosotros poder utilizarlos. Analizamos los lugares donde nos vamos a detener… pedimos algo y le echamos alcohol hasta a la comida”, bromeó.