Como nos ocurrió a todos, Yumet Ortiz, tuvo que ajustarse a todos los abruptos cambios a nuestra cotidianidad que trajo la pandemia del COVID-19, y que fueron particularmente severos para personas de mayor edad, como ella, consideradas como uno de los grupos de mayor riesgo de sufrir la peligrosa enfermedad de la forma más grave, o incluso mortal.

Yumet una madre y abuela de 92 años que vive en un hogar para envejecientes en Río Piedras, quedó de repente incomunicada con su familia, mientras poco a poco se dilucidaba cómo actuar para proteger a los más vulnerables del contagio con el virus.

Afortunadamente, en el Hogar Lomas San Agustín se las ingeniaron para mantener a sus inquilinos los mejor conectado posible con sus familias, de manera que fuera menos doloroso el aislamiento.

“No fueron días fáciles, pero se sobrevive”, comentó la simpática abuelita en entrevista telefónica con este diario. “Siempre se reciben afuera (sus hijos), los veo, hablo con ellos. Pero estar juntos, no se puede. Y eso se extraña mucho. Pero hay que aceptarlo. Primero la salud”.

Doña Yumet tiene “tres hijos varones y también nietos”. Antes de la pandemia, “era bien diferente, los veía a menudo, compartíamos mucho, me visitaban a menudo, siempre pendientes de mí”.

La pandemia, alteró esa rutina y los obligó a separarse físicamente. Por semanas, los hogares de cuido de envejecientes no pudieron recibir visitantes, y aunque más adelante se reabrieron a las visitas de familiares, ha sido a través de cristales o acrílicos.

Yumet añora volver a recibir ese cariño expresado en contacto físico a través de abrazos y besos, aunque entiende que es necesario para proteger la salud.

“Antes podían venir y verme. Estábamos juntos y eso. Ahora no se puede”, lamentó la nonagenaria. “Ahora también están pendientes, pero es diferente. Me llaman todos los días. Y vienen a verme y eso, pero es desde afuera.

“Yo me siento bien. Pero se extraña ese contacto, esos besos, esas caricias con los hijos”, agregó, con un tono de melancolía. “Ya no se puede apapachar ni nada de eso”.

“Pero es por el bien de ellos y el mío. Hay que aceptarlo, es todo. Uno tiene que vivir con lo que hay”, sostuvo, con aire de resignación. “Los otros (envejecientes del hogar) están igual que yo. Pero uno tiene que entender”.

Comoquiera no faltan las atenciones para ella y “siempre me traen alguna cosita, un chocolate o algo así”. Y también le traen a los nietos “de vez en cuando. Tiene que ser por citas, pueden entrar separados en el balcón, un tiempo medido. Pero por lo menos uno los ve y comparte”.

En medio de la triste situación, ayuda el respaldo que se dan entre los mismos residentes del hogar y el personal que labora allí.

“Siempre se convive en el hogar, se hacen amistades. Y aquí (en el hogar) es bien bueno. Lo tratan bien a uno. No pude escoger mejor. Ellos (el personal del hogar) siempre tratan, cualquier cosa, la resuelven. Está bien, es lo mejor para uno. No me puedo quejar”, afirmó.

Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, Yumet dejó atrás ese tono melancólico y adoptó una actitud optimista, confiada en que, aunque no será para este día de las madres, los abrazos y los besos volverán.

“Esto tiene que pasar. No hay mal que dure 100 años, ni nada que lo resista”, aseguró, dejando escapar una risa.