Ciales. Enfrentarse con sierra en mano a árboles que pueden sobrepasar los 60 pies de alto es solo una parte de la rutina diaria de Waldemar Villalobos Colón para tratar de mantener a flote el negocio familiar.

Desde que su padre, David Villalobos Rivera, propietario de la mueblería Artesanía en Muebles La Cialeña, murió hace alrededor de un año, a Waldemar le tocó manejar la empresa, que tiene más de 50 años.

Todo lo que Waldemar aprendió de niño mientras seguía los pasos de su padre ha sido puesto a prueba: cortar gigantescos árboles en la finca de la familia, adentrarse en los manglares en busca de yerba anea y preparar la madera y el tejido que luego pasarán a formar parte de alguna de las piezas que trabajará en el taller.

“Siempre estaba con mi papá. Los veía trabajando a él y a mi abuelo, que era el dueño original del negocio, y me gustaba lo que hacían, así que me quedé bregando con ellos”, recordó Waldemar, de 31 años, a la vez que recordó que de niño ayudaba a cargar los pedazos de madera y se la pasaba limpiando y organizando el taller. “Así fue que aprendí”, dijo.

Sillas, butacas, mecedoras, juegos de sala y comedor son algunas de las creaciones que presenta a sus clientes, garantizando una pieza irrepetible y de larga duración.

Las mecedoras son su producto más vendido, según dijo, y la materia prima que utiliza en su construcción proviene de los árboles de caoba, laurel y capá prieto. Estos no son los únicos, pues la teca y el majó son otros de los materiales que terminan dándoles forma a los muebles, aunque son mucho más difíciles de conseguir.

Pero más que cualquier materia base, los trabajos de La Cialeña se distinguen por emplear en muchas de sus colecciones la yerba anea, que se encuentra en los manglares de la zona norte de la Isla.

“Esto le tiene que gustar a uno para poder meter mano porque es todo un proceso. Hay que meterse al mangle a picarla, traerla y dejarla secar por dos semanas y darle a mano”, dijo, refiriéndose a la tarea de buscar la anea, material que –dice– es más resistente que la pajilla y que utiliza para tejer el espaldar y asiento de algunas de las butacas y mecedoras.

Y, a pesar de que el mismo Waldemar aceptó que el negocio no está en sus mejores tiempos debido a la escasa demanda por estas piezas, el hombre continúa trabajando a diario –en ocasiones hasta 14 horas– haciendo todo lo que aprendió de su padre y su abuelo con tal de mantener vivo el legado que heredó.

“Imagínate, quedamos dos hermanas y yo, y a mí fue al único que le gustó esto, y por eso lo hago. Puede ser que algún día yo tenga 10 hijos y a ninguno le guste hacer este trabajo pero, mientras yo pueda, lo seguiré haciendo”, subrayó el artesano.