Se inyectaba principalmente en las piernas y en los pies, ya que no quería que nadie viera las marcas en los brazos. Aunque sí tenía otro lugar preferido, la muñeca izquierda, precisamente donde se abrochaba el reloj. Allí colocaba la punta de la jeringuilla que cargaba una potente mezcla de heroína y cocaína, mejor conocida como speedball.

Héctor Manuel Marcano vivía por ambas drogas. Sus movimientos diarios y nocturnos gravitaban en torno a los puntos de droga que vendían las sustancias, pero en todo momento protegió su imagen. Era percusionista de salsa y tocaba en varias orquestas.

Desinfectaba la piel antes de ponerse la inyección. Andaba con su propio kit que contenía toda la parafernalia para evitar abscesos y marcas. Se recuperó, pero muchos otros usuarios que conoció durante sus años de adicto terminaron en el camposanto.

Presenció la transformación de los cuerpos, la pérdida de peso, las marcas que corrían sobre sus extremidades, los ojos vacuos y las miradas perdidas, en fin, las múltiples heridas de la heroína que desembocan en una muerte cruel y agonizante.

“Conocí a muchas personas que fueron diagnosticadas con VIH. Los acompañé por todo el proceso hasta el camposanto. Vi a muchas personas morir”, sostuvo Marcano, quien a sus 52 años es ahora manejador de casos del programa de rehabilitación Iniciativa Comunitaria.

“Nosotros debemos unirnos mucho más, las instituciones gubernamentales y las organizaciones de base comunitaria, incluso, las empresas privadas, ya que nos falta mucho por hacer” , sostuvo el especialista, que ahora ofrece charlas sobre su vida pasada como adicto. De hecho, ayer habló ante estudiantes y miembros de la facultad de la Universidad Interamericana en Fajardo, como parte de las actividades de la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (Assmca) por el Mes de la Recuperación de las Drogas y el Alcohol.

La heroína es una de las drogas ilegales más adictivas. Documentación testimonial de usuarios asegura que los efectos iniciales de la droga superan el placer de un orgasmo. Pero a medida que el adicto aumenta su tolerancia a la droga, la dosis sólo frena los nocivos síntomas de retirada.

Aunque la sustancia que se vende en la Isla es mucho más pura y barata que la que se vende en Estados Unidos, la droga aún se adultera con numerosos componentes como el azúcar, el agua, incluso, con una gama de sustancias tóxicas que se pueden adquirir en la ferretería más cercana.

Algunos adictos logran dar la apariencia de vidas balanceadas, trabajan y aman a sus familias como cualquier hijo de vecino. Por años pueden esconder su adicción a las personas más allegadas. Pero muchos terminan deambulando por los sectores urbanos. Su transformación física -principalmente por la práctica insalubre de compartir jeringuillas- es devastadora y fulminante.

“El uso de heroína puede tener varios efectos secundarios. Las infecciones locales son comunes. El tamaño de los abscesos dependerá de cuánto la persona cuida su piel, pero se aumentan las posibilidades de infección si se comparten las jeringuillas”, explicó el asesor de tratamiento de Assmca Víctor Toraño.

La agencia se encuentra en el proceso de actualizar la estadística de usuarios de opiáceos, que algunas fuentes estiman en más de 32,000. La mayoría acude diariamente a algunos de los puntos que se han especializado en vender la droga, proveniente de Suramérica.