Algunos de los miembros de TunAmérica comparten sus impresiones y lecciones al regresar a Puerto Rico tras su viaje a Japón por 15 días:

 

Francisco Chiroque:

Tengo la bendición de poder tocar una guitarra “aceptable” y pertenecer a esta tuna que durante mucho tiempo me ha permitido, al lado de buenos amigos, conocer muchas personas y lugares teniendo como vehículo la música.

Hay quienes todavía no tienen claro que todos en TunAmérica, sin excepción, tenemos nuestras profesiones o que algunos están estudiando un  bachillerato o una maestría en la universidad . La tuna es una forma de ver la vida, nunca un medio de vida.  En ese sentido, nos esforzamos en brindar lo mejor de nosotros cultivando la música puertorriqueña y latinoamericana, en cualquier época del año, en cualquier lugar del mundo.

Así, hemos logrado recorrer el mundo, y llegado, en esta oportunidad, a Japón, país que como podrán leer en los demás comentarios, ha dejado una huella imborrable en nuestra tuna y en cada uno individualmente. Yo sólo podría agregar que nunca está de más aprender de lo bueno que vamos conociendo y que Dios pone en nuestro camino.

Para mí, este viaje ha significado un nuevo comienzo, una forma diferente de ver la vida. Sencillamente renové mis esperanzas en un Puerto Rico digno, orgulloso, ordenado, justo y en progreso. Y ese comienzo, como en las demás cosas,  requiere el compromiso de todos. Empezaré por mí,  también debería empezar cada uno de ustedes, estimados lectores, que con paciencia nos acompañaron en esta misión, dejar de ser simples espectadores o meros críticoy tomar acción.

Gracias por estar ahí y gracias a los que hicieron posible este viaje, sobre todo Papá Dios.

 

Alexey Badillo:

Llegó el momento de decir adiós. Qué sensación tan rara después de 17 días hablando inglés, español con las amistades latinas en Japón y aprendiendo de forma acelerada el japonés para poder relacionarnos. Salimos del hotel para desayunar en lugar muy cerca donde encontramos un oasis: huevos, salchichas, tostadas, café, jugo de china y tenedores. De esta formas comenzamos nuestro regreso a casa con ansias de abrazar a nuestros seres queridos.

Llegamos al aeropuerto y saben qué. Continuaron las sorpresas y la bondad de nuestros amigos en Japón. Por un lado estaba Víctor (amigo peruano), que siempre dijo presente en nuestra travesía y el esposo de Helen, quien gracias a su arduo trabajo se logró con éxito nuestro viaje. No sólo quería decir adiós, sino que además estaba preocupado porque todo saliera bien, como siempre lo hizo. De momento vemos en la terminal a un monje con sonrisa tímida, mirada triste y con la paz que siempre lo caracteriza: nuestro amigo Kurosawa San, del templo Toshoji en Fujisawa.

Nuestras caras eran de asombro cuando comenzó a estrecharnos su mano, ya que había conducido dos horas y media para despedirse y compartir con nosotros. A cada uno regaló una bolsita de biscuits típicos para el camino y lo más sorprendente fue que sacó 15 cintas en tela de kimono escritas a carbón imborrable para que la colgáramos en nuestra capa de tuno y siempre recordáramos los buenos momentos vividos en su encantadora isla. ¡Qué tipo realmente extraordinario! Definitivamente, ya existe la iniciativa y voluntad de traerlo pronto a nuestra isla para así poder reciprocar TODAS sus atenciones que fueron desinteresadas en todo momento y con el CORAZÓN.

En al aeropuerto almorzamos con ellos nuestra última comida japonesa e increíblemente después de tanta práctica los meseros se rieron de cómo intentábamos coger los fideos con los palitos y nos ofrecieron tenedores, realmente gracioso para ambas partes.

Pues llegó la hora de despedirnos y la nostalgia se apoderó de todos cuando entonamos En mi viejo San Juan.  Allí nos confundimos en abrazos e hicimos como cinco despedidas, como buenos puertorriqueños, y el adiós se prolongó desde que pasamos el control de aduana hasta donde los cristales nos lo permitieron.
Catorce horas de remembranzas. ¡Qué cultura tan diferente, qué gente tan amable, puntual y organizada, qué sentimiento de satisfacción nos da saber que representamos dignamente a nuestro Puerto Rico en el continente asiático! ¡Cómo logramos poner a bailar a los japoneses! Qué difícil se veía esta misión en su momento y ya estábamos de regreso. Cuánto sacrificio trabajando y coordinando el viaje por año y medio y todo terminó en 17 días.  Pero realmente no termina, sino que apenas comienza. La primera tuna en Latinoamérica en llegar a Japón, ¡wao!

Ahora ya en casita, me dispongo a trabajar y próximamente tendremos nuestra fiesta pos- viaje para recordar y hacer una retrospección del mismo.

De parte de TunAmérica, deseo agradecer a Primera Hora y su reportera Janizabeth Sánchez por tan excelente cobertura de nuestra representación en Japón. Qué bueno que se den a conocer las cosas buenas que se hacen en Puerto Rico y que hay gente dispuesta a llevar al mundo nuestro cuatro puertorriqueño, nuestro güiro, nuestra plena, seis chorreao, nuestra tradición tuneril e idiosincrasia. Definitivamente, un trabajo de Primera.

Muy agradecido.

 

José David Colón:

Los dos viajes más embarcadores que he podido hacer en mi corta vida han sido, primero, a Irak y luego a Japón. Y digo embarcadores pues cada uno exigía mucho de mí. Requerían concentración, paciencia, tolerancia, respeto, entre otros tantos  elementos, para cumplir la misión.  En el primero iba a la guerra con un M-16 y una nueve milímetros. De ese viaje regresé vivo gracias a Dios, no sin antes haber pasado las de Caín.

Ahora acabo de llegar de Japón, no sin antes “pasar por las de Egipto” (me refiero al éxodo bíblico y su fuerte viaje), como dice mi abuela, pero en vez de un arma para la guerra, llevé una guitarra para la paz, para la unión de los pueblos latinoamericanos en Japón. Como la “guitarra del joven soldado” de Silvio Rodríguez,  así me sentí,  cada nota musical era una especie de bala que, en vez de herir, sanaba; que en vez de matar, daba vida; que en vez de destruir, construía. El escenario del último concierto me hizo entender que sin importar fronteras, sin importar las circunstancias, querer es poder.

Compartir con personas de distintos países de Latinoamérica en ese concierto me reafirmó la idea de que la mejor manera para paliar las circunstancias del dolor o de la crisis es ser una sola voz. En tiempos como los que estamos viviendo, no deseo mirar atrás, no deseo buscar herencias coloniales, ni venas abiertas, mucho menos apuntar a nadie, ahora mi nueva misión es buscar la paz con aquellos que en unión a mí deseen lograr este plan siendo miembros de la humanidad.

El presente es incierto,  la economía mundial es un barco sin rumbo o a la cúspide del caos. Aun así, qué mejor cura para el padecimiento que el del fraternal abrazo vivido en este viaje entre corazones vagabundos; el pequeño momento que se hará eterno en la memoria de aquellos que en aquella noche y durante toda la estadía  logramos unir nuestros instrumentos, voces y corazones para sembrar la semilla de la unión. El mínimo segundo musical de aquella noche hará eco en la eternidad de nuestras naciones.

Es sólo un humilde inicio, pero si no lo hubiéramos hecho,  nunca habría ocurrido.  Sigamos cantando Bésame mucho para que el amor y la pasión sean un volcán en erupción, que arrastre las diferencias entre naciones,  y para que cuando su  lava esté petrificada, y  bajo ella esté sepultada la desigualdad,  podamos escribir en ella “yo quiero un pueblo que ría y que cante”.

 

Angelito Rosario:

Japón, la tierra del primer despertar temprano, de ver el sol a las 4 de la mañana.

Tierra del monje Kurosawa San, un gran ser humano que nos dio su amistad, abrió sus puertas y nos acogió como a sus hijos. Veló por nosotros, nos acompañó en nuestra travesía sin que eso fuera su responsabilidad, nos ofreció su casa, sus alimentos y hasta algunos gustos de comidas occidentales. Llegó de sorpresa a nuestra presentación en Tokio y se apareció en el aeropuerto para despedirse de nosotros, luego de manejar sobre 2 horas para llegar. En fin, más que un campeón de lucha sumo: un campeón de su patria. ¡Gracias, Kurosawa San!

Japón, tierra de Helen o Luisa (depende quién la llame), de Víctor, Iris y su esposo Tadashi, Mina (amiga de la familia y estudiante de español), Carlos, Juan Endo y muchos otros que hicieron nuestro viaje placentero. Gracias a ustedes, que desinteresadamente dieron lo mejor para ayudarnos en esta misión.

Paisajes, jardines, ingeniería en construcción, todo detalle bien pensado, la voluntad incorruptible de superación ante la adversidad, amabilidad en sus venas y un sentido de bienestar al prójimo. Eso es Japón.

TunAmérica se siente honrada por haber sido instrumento de enlace cultural y recipiente del cariño de almas amables y distinguidas.

¡Gracias, Japón! Los esperamos en Puerto Rico para ser parte de su propia historia. Dios los bendiga siempre.

 

Roberto Pizarro Rodríguez:

Si buscamos una palabra que describa exactamente a los japoneses, creo que debería ser excelencia, ya que esto fue lo que los caracterizó, sin lugar a dudas,  en aspectos como organización, planificación y puntualidad (que tanto nos falta por aprender de ellos). Al ser una cultura tan diferente a la nuestra, en ocasiones hacíamos cosas que representaban algo fuera de lo común para ellos, como poner los palitos de comer directamente en la mesa, pero aun así nos enseñaban y nos corregían el error sin sentirse ofendidos.

Fue toda una experiencia ver cómo nuestra música les hacía mover sus cuerpos sentados en una silla, aun siendo una cultura que típicamente no suele bailar, dibujar una sonrisa en sus rostros, arrancarles largos aplausos y sobre todo ganarnos apoyo y respeto como músicos y más aún como amigos.

Entre tantas cosas que me impresionaron de este país, cabe señalar el museo de la Paz de Hiroshima, la limpieza y el verdor de sus alrededores, lo bien pensado y planificado que está todo (por ejemplo, para hacer una reparación en una calle, utilizan una pala mecánica con un tamaño adecuado que no entorpece el flujo de carros ni peatones y no rompe lo que está en buenas condiciones).

Para ser nuestro primer viaje a Japón, tuvimos una acogida increíble ya que nuestra música sonaba en estaciones de la radio y, para nuestro orgullo, casi todas nuestras presentaciones habían sido un lleno total.

En mi carácter personal, hay muchas personas que se ganaron mi amistad, respeto, admiración y les estaré eternamente agradecido; son aquellas que estuvieron ligadas a la planificación, logística, presentaciones; aquellos que nos brindaron y abrieron las puertas de sus casas; aquellos que condujeron largas horas para coordinar o ver más de una de nuestras presentaciones y hasta dejarnos en el punto de seguridad de aduanas en el aeropuerto. Fueron tantas las personas a las que me refiero que prefiero no nombrarlos para que no se me quede ninguno sin nombrar. A todos, ¡muchas gracias!
Sin duda, fue un éxito rotundo y  tenemos algo más que añadir a la historia de TunAmérica y a nuestras vidas.

 

Juan G. Casasnovas:

Japón, país lleno de cultura antigua y contemporánea, es hogar de millones de personas cuyo calor humano es indescriptible. Su calor humano no es como el de nosotros los boricuas, que somos extrovertidos, nos gusta el contacto físico al relacionarnos con otras personas y nuestro sentido de espacio personal es casi inexistente. 

Los japoneses tienen un calor distinto, su respeto por el espacio personal, su respeto por la tranquilidad y la manera en que cohíben sus sentimientos son algunas de las cosas que nos harían pensar que carecen del calor humano al cual estamos acostumbrados.  Pero su calor humano se manifiesta de otra manera, su absoluto sentido de respeto y ayuda al prójimo, su sentido de servicio y sobre todo su amistad son las cosas que hacen que nos sorprendamos al darnos cuenta de que poseen más calor humano del que hubiésemos pensado.

Es increíble la manera en que se organizan los japoneses. Desde podar árboles en las calles, limpiar la carretera mientras se construye para minimizar el “polvorín” mientras se trabaja hasta el mantenimiento meticuloso de templos que tienen más de 600 años, son sólo algunos de los ejemplos de su organización que raya en lo obsesivo.  Y no sólo eso, sino su sentido de amor a su patria es visto en todas las facetas de la vida diaria.  Hace casi 1 año que el Gobierno japonés retiró todos los zafacones de las calles y áreas públicas, y aun asi, no hay basura en las calles, ni siquiera colillas de cigarillos. Y es que el japonés es orgulloso de su país y tratan de cuidarlo de toda manera posible.

Japón me sorprendió con sus paisajes, museos, templos, grutas, artes, su flora y fauna. Lo que más me sorprendió fueron sus personas, aquellas que nos dieron tanto sin pedir nada a cambio. La muchacha en la estación del tren que nos ofrece ayuda al vernos rascar la cabeza mientras desciframos jeroglíficos, el taxista que con su escaso inglés trata de explicarnos los puntos importantes para hacer turismo en Osaka, los niños en el patio de la escuela que nos saludaban al nosotros pasar por la calle, son sólo algunos de los ejemplos de la calidad de los japoneses. Su hospitalidad, disciplina, honestidad y amistad son cualidades que todos en el mundo quisiéramos tener.

Nuevos amigos como Mina y Kurosawa San estarán en mi corazón por siempre. Estoy feliz de haber regresado a mi casa y mi familia, pero una parte de mí quiso permanecer en Japón, con su gente maravillosa que nos aceptó tal y como somos y nos brindaron su amistad incondicional.

He tenido la dicha de viajar por el mundo, y nunca había encontrado un lugar cuya cultura y habitantes me hubiesen robado el corazón de la manera en que los japoneses lo han hecho.  No veo llegar el día en que pueda llevar a mis amigos y mi familia a conocer y vivir algunas de las cosas maravillosas que experimenté en Japón.  Fue, es y será una experiencia que jamás olvidaré y que llevaré muy dentro de mí por siempre.

 

Juan Sénquiz:

Bueno, misión cumplida.  Los japoneses pudieron disfrutar, a través de nuestra música, del sabor y energía de nuestra cultura  y de la misma manera nosotros tuvimos la oportunidad de conocer la de ellos. Fue un placer  interpretar nuestra música ante un público tan disciplinado e  interesado en nuestro espectáculo. Elementos como el  cuatro puertorriqueño, el coquí, el güiro y el uniforme llamaron mucho su atención durante nuestros conciertos.

De los japoneses me impresionó su disciplina, honestidad, hospitalidad y principalmente su compromiso con la calidad. Calidad que demostraron en cada cosa que hicieron. Desde la más elemental como envolver un paquete en una tienda de ropa (personalmente presencié cómo un japonés se tomó 2 minutos en empacar y proteger mi mercancía para que no se mojara con la lluvia), arreglar un encintado y hasta el proceso de revisión de una maleta en aduana (luego de la inspección, el encargado organizó y nos ayudó a acomodar todo en su lugar y cerrar la maleta). Lo sorprendente es que este compromiso con la calidad es a nivel de todo el país; es parte de su cultura y no algo asociado necesariamente al lugar de trabajo. Sin duda, ésta es la razón por la cual sus productos son de tan alta calidad.

Hiroshima y el museo de la paz son un ejemplo de la fuerza de esta cultura. Por último, la calidad humana de su pueblo fue muy bien representada por el monje Kurosawa San, nuestro amigo. Los detalles que tuvo durante nuestra estadía fueron increíbles y para completar se dio un largo viaje al aereopuerto para entregarnos un recuerdo (hecho a mano) a cada uno de nosotros. Espero que algún día podamos recibirlo en Puerto Rico y corresponder a su hospitalidad.
 
Para mí este viaje fue una experiencia muy enriquecedora y verdaderamente fue un gran honor representar a mi patria.

 

Félix Martín:

Japón es un país lleno de contrastes. El primero que notas, nada más aterrizar es, lógicamente, el idioma. Por suerte para los hispanohablantes, su pronunciación es fácil porque las sílabas suenan exactamente como se escriben cuando lo hacen con nuestro alfabeto. Es difícil describir las cualidades que he visto en su gente pero me llamó mucho la atención su respeto, honradez, pulcritud, laboriosidad, meticulosidad, dedicación y timidez. Es un pueblo orgulloso de sus raíces que parece temer que las nuevas generaciones puedan no mimar tanto a sus antepasados como lo han hecho hasta el presente. 

Me sorprendió sobremanera la manera en  que protege, como ningún otro país en el mundo, a los discapacitados visuales al punto de tener sus aceras e interiores de los edificios con una línea continua de losetas en relieve para indicarles si el camino es en línea recta (losetas con 4 elevaciones lineales paralelas) o que hay un cruce o escalón (losetas con múltiples elevaciones circulares). Igualmente me llamó la atención que sus pueblos y ciudades tengan  un carril exclusivo para bicicletas. No tienen nada que envidiar a Holanda, país que siempre identificamos con este medio de locomoción. 

Aunque lo habitual es verles con ropas occidentales, casi siempre en colores sobrios (negro o gris oscuro), resulta muy hermoso verles salir a reuniones importantes o simplemente a pasear los fines de semanas con su vestimenta clásica en la que los tonos pasteles hacen del conjunto una acuarela perfectamente armónica.

Miman la presentación de sus platos tradicionales pero se vuelve un arte que alcanza lo sublime al ver el valor de la armonía en la jardinería de los exteriores de sus castillos y templos, al punto de cortar uno a uno los brotes de las ramas de sus árboles y arbustos (como hacen con sus bonsáis) para encontrar la máxima belleza en sus formas) y, debido al respeto tan grande que tienen por la naturaleza, jamás los verás trepados a sus ramas (siempre en escaleras) o rastrillando el material de las podas para no lastimar la capa fértil de la tierra.

Es imposible hacer referencia a todas las cosas que me han impactado de la cultura y del pueblo japoneses, pero todo lo vivido durante este tour a Japón me ha dejado con ganas de volver para continuar descubriendo los valores que el orgullo a sus tradiciones y la dedicación al trabajo han llevado a que sea una de las sociedades que más aportan a los adelantos tecnológicos de la humanidad. 

 

Neftalí Olmeda Rodríguez:

Para muchos, la oportunidad de llevar la cultura puertorriqueña a una tierra tan diferente y distante es un privilegio; para mí, un deber y un placer.

En Japón, en sólo unos días aprendí que dando recibimos más, es decir, llevando alegría, buena música; en fin, llevando medicina para el alma. A cambio recibí muestras de cariño inimaginables, detalles de valores incalculables y momentos inolvidables.

A muchos nos impresiona lo avanzado que está Japón, la tecnología, los carros 10 años adelantados a los que estamos acostumbrados a ver, trenes de altas velocidades, baños ultramodernos, elevadores que te hablan, te hacen chistes (los cuales no pude entender) y un sinnúmero de cosas que no dejaron de sorprenderme.

Más sorprende ver el respeto y el esmero del pueblo japonés para con el prójimo. No hacen ruido para no incomodar al otro en los trenes y lugares públicos; cuando están enfermos prefieren andar con mascarillas y guantes para no contagiar a los demás, ciudadanos que corren tras de ti hasta sudar y fatigarse para entregarte un billete que se te cayó al piso sin darte cuenta, hacen favores sin esperar nada a cambio. Un país lleno de seres que creen y confían en la palabra del otro.

Era común encontrar sombrillas en cualquier esquina en días lluviosos, las ponían para beneficio de todos, con la seguridad de que serían devueltas por quienes las tomaran prestadas. Todo gira en torno a respetar, la palabra, el honor y hacer sentir bien el prójimo.

Al ver todo esto y contrastarlo con lo avanzados que están en todos los aspectos, llego a una sola conclusión: el secreto para tener una sociedad avanzada y productiva en todos los aspectos está en que cada quien respete y se esmere por hacer sentir bien a sus semejantes. Siguiendo este principio es que se esmeran en cada cosa que fabrican, en cada cosa que inventan, en cada cosa que hacen; viven en paz, no ensucian las calles, tienen baja criminalidad ,entre otras cosas que jamás pensarías que tienen su raíz en un principio tan básico.