Dorado. Fue un encuentro inolvidablemente impresionante con la preservación de la vida; una muestra de la infinidad de experiencias enriquecedoras que ofrece la naturaleza.

La posibilidad de que se diera el cara a cara con el tinglar –la tortuga marina más grande del planeta– disminuyó desde el principio del patrullaje nocturno del Proyecto Tinglar Dorado porque la temporada de anidaje de huevos –marzo a julio– se estaba acercando a su final.

Aún así, la alegría iba inflándose como un globo al que le soplan aire a medida que conocía más de este admirable reptil.

Había escuchado y leído sobre la conservación de esta especie en peligro de extinción –una de las tres tortugas marinas que desovan en Puerto Rico, las otras dos son el carey y el peje blanco– pero nada se compara con la experiencia de ser testigo del proceso que protagoniza en las playas de la región ni siquiera el esfuerzo que haga en estas líneas por describirles lo que se siente estar frente a ella.

El tinglar inicia un viaje largo y peligroso para cumplir con su misión: un recorrido que inicia desde las aguas frías y profundas de países en el norte del planeta como Canadá y Finlandia hasta llegar a las playas cálidas de la región. “Hace un viaje increíble para proteger a sus huevos. Ella únicamente baja al Caribe a poner los huevos y se va”, cuenta el guía Raymond Flores, director del Proyecto Tinglar Dorado, administrado por la organización ambientalista sin fin de lucro Chelonia.

En Puerto Rico, las áreas de anidaje, que han disminuido a causa del desarrollo de las playas y áreas costeras –uno de los peligros que amenaza la especia– son Vieques, Culebra, Añasco, Luquillo, Fajardo, Maunabo y otras del norte, siempre y cuando el oleaje sea alto y no haya rocas. Pero hasta hace poco más de dos años las autoridades y/o grupos ambientales desconocían que del otro lado de la carretera 165 en Dorado, en la Playa El Único, el tinglar había descubierto un espacio ideal –oscuro y solitario– para anidar, que se distanciaba de la fama del lugar tanto por la entrada de drogas y personas sin documentos legales como por crímenes que le ganaron la fama de “Corredor de la Muerte”; paradójicamente, allí la vida estaba en su esplendor.

“Siempre veo tortugas”, informaron a voluntarios de Chelonia los policías Eduardo Meléndez y Christobal Ramos.

Efectivamente, una caminata por el lugar confirmó en el 2011 el aviso: 170 nidos (hoyos con un diámetro de entre diez y 12 pulgadas y una profundidad de tres a cuatro pies) de tortugas en la arena. El descubrimiento permitió que durante la temporada de 2012 se identificaran 339 nidos, lo que la convirtió en la principal playa de anidaje de la Isla para ese año. Mientras, la temporada actual ha registrado 376 nidos, una distancia abismal con lo que hay en un área de Condado, donde solamente se han identificado siete, principalmente por el desarrollo de estructuras y luces, que le restan oportunidades para el anidaje exitoso, ya que tantos las tortuguitas como la hembra tinglar se dirigen al mar dirigidas por la luminosidad de este; otras luces las desorientan.

El nuevo espacio se convirtió entonces como en el pie forzado de un esfuerzo comunitario de conservación de los huevos de tinglar a la cabeza de Chelonia tanto para educar como monitorear el anidaje mediante la recopilación de data científica en la zona, que comprende desde el área de El Puente hasta la conocida como El Caracol –la organización busca ahora convertirla en reserva o área protegida. La responsabilidad del monitoreo recayó sobre ocho grupos comunitarios como éste porque la Ley 7 de 2009 redujo el número de empleados a cargo de este proceso, explicó Flores.

Fue de la mano de voluntarios de Chelonia –nombre que agrupa a estos reptiles– que realizamos el 28 de junio un recorrido nocturno por el área con la esperanza de encontrarnos con la hembra tinglar y las crías o al menos una de ambas.

En busca del rastro

A las 9:38 p.m. anunciaron el descubrimiento de una eclosión, es decir, la salida de las tortuguitas del huevo.

Iniciamos el recorrido mientras la luz del faro que alumbraba el área de estacionamiento iba desapareciendo a medida que el grupo caminaba hacia la playa, donde solo las estrellas, la luna y la espuma de mar pintaba de luz la oscuridad de la noche, acentuada con una leve llovizna. “Estas son las huellitas de las tortugas, los rastros de los neonatos cuando salen del nido. Si se fijan, van saliendo de menor a mayor, en forma de embudo: de donde va saliendo el nido y expandiéndose hasta la playa. Eso quiere decir que de ese nido salieron tortugas”, explicó uno de los técnicos del grupo, Luis Ríos.

“Aparentemente fue bueno porque si te fijas hay mucho rastro, el rastro es bien ancho, tuvieron que haber salido como algunas 50 o 60 tortugas (un nido puede sobrepasar los 100 huevos)”, agrega.

Y allí estaba ella: una tortuguita que se quedó sola porque no pudo salir con el resto. El pequeño reptil, que lucía un color gris oscuro casi negro, ocupaba gran parte de la palma de una mano. De inmediato comenzó a mover sus aletas a manera de “ejercicio antes de llegar al mar porque le va a tocar ahora un recorrido largo. Ella tiene que ir a buscar las corrientes que la ayuden a llegar al norte”.

Su aparencia era frágil e indefensa, aún así tiene la capacidad de llegar a su destino.

El nido de la eclosión –que ocurre 60 días luego del anidaje– sería luego trabajado para recopilar información sobre el número de cascarones –y así saber cuántas tortugas salieron– y si alguna murió o quedó atrapada. También identifican la fecha de la eclosión y los huevos falsos que usa para engañar a los depredadores, que son más pequeños que los reales que son como una bolita de golf. “Conocer a esta tortuga, que es la más grande del mundo, es maravilloso, obviamente te crea toda una experiencia, me imagino que la estás viviendo ahora con una tortuguita, y deja que veas a la mamá”, dijo Flores.

Reportera: “¡¿Qué? ¿Ya vieron una?!”

Flores: Está subiendo.

Fuimos afortunados.

misión cumplida

La hembra tinglar ya había iniciado su “entrada lenta” hacia la arena en busca del lugar donde depositaría los huevos, mientras dejaba un rastro del tamaño de su cuerpo que se encuentran entre los 4 a 8 pies de largo y de 450 a 1,400 libras de peso. “Te vas a impresionar cuando la veas”, alerta una voluntaria, Aileen Agosto.

Inicia entonces su proceso: la tortuga se aleja de la orilla en busca de arena suave para hacer el hoyo; excava una especie de trinchera y usa las aletas para hacer un reguero; empieza a hacer el hoyo; se acomoda y deja de excavar y empieza a soltar los huevos, momento que pudimos presenciar mientras se escuchaba el sonido grave de su respiración, acompañado por el agudo de los grillos. Nos convertimos entonces en testigos de parte del asombroso proceso biológico de reproducción. “Uno no se da cuenta que aquí en una carretera, que está al lado de un montón de casas, está ocurriendo esto mientras tú estás en tu cuarto”, comentó una de las voluntarias de Chelonia, Giomara La Quay.

De cerca podían apreciarse las siete quillas (líneas que le sobresalen en el caparazón, que es suave como cuero), que la diferencia del carey, así como el agua que sale de sus ojos. “Ella tiene como una lágrima en el ojo. La gente dice que ella está llorando pero lo que hace es botar el exceso de sal”, explicó Ríos.

El grupo de voluntarios y universitarios que estudian al reptil procedieron a hacer su trabajo investigativo. Al terminar de desovar, la tortuga comienza a aletear para cerrar el nido, y así despistar a los depredadores, e inicia el recorrido devuelta al mar. Durante la temporada regresará a las costas entre siete a nueve veces para desovar nuevamente.

Pero, ¿por qué si son tantos huevos está en peligro de extinción? Flores explica que como las tortuguitas no tienen cuidado maternal, la hembra tinglar pone mucho huevos para aumentar la posibilidad de supervivencia: una entre cada 1,000 de las que llegan al mar. Por eso es tan importante los esfuerzos educativos. “La idea es enseñarle a la gente que no estamos solos en el planeta que hay vida y hay que cuidarla”, subrayó Ríos.

El tinglar está en peligro de extinción por razones que también incluyen las redes de las grandes pescaderías del norte y depredadores en el mar y la tierra. Pero, el monitoreo y conservación aumenta las posibilidades de sobreviviencia. “Todo este proceso natural es increíble, todo lo que ella pasa, esa tortuguita, ese viaje; (primero) cuando nace, para llegar a la arena, se enfrenta a pájaros, cangrejos, animales domésticos y nosotros. Una vez llega al mar, otra odicea más”, opina Flores.

Al finalizar la jornada, antes de la madrugada, el rompecabezas estaba montado: el ser humano se convierte en aliado del tinglar en su proceso de preservación, logrando el animal sacar de éste lo mejor de sí. ¡Ah! Y una explosión de alegría no se hizo esperar más.