Una pareja suizoboricua
Él quería viajar y llegó a Puerto Rico con un diccionario en el bolsillo.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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En 1953 no había Internet, pero desde Suiza un veinteañero logró conseguir trabajo en Puerto Rico al contestar un clasificado de empleo en el que se buscaba un confitero. Lo primero que hizo cuando vio el anuncio fue buscar dónde quedaba el país en el que se quedó a vivir y en el que inmediatamente detectó “un margen tropical” cuando se trata de puntualidad.
“Quería viajar, ir al extranjero, aventurar”, recordó Ernzt Lindenmann, quien llegó procedente de un pueblo de 600 habitantes.
Dejar atrás las cuatro estaciones de Suiza y sustituirlas por el constante verano puertorriqueño no le causó la más mínima nostalgia. Al año ya había aprendido español, tarea que no le resultó tan difícil por su dominio previo del francés.
“Desde el primer día compré el periódico, en aquel entonces El Imparcial, porque tenía más retratos que El Mundo”, expresó, risueño, el ex empleado del desaparecido Swiss Chalet.
¿Qué extrañaba de Suiza?
Nada.
El primer lugar donde vivió en Puerto Rico fue un cuarto que alquiló junto a un cocinero, también suizo, en una casa de familia en la avenida Fernández Juncos. Allí tuvo su primer encuentro con el plato típico puertorriqueño que incluye una hoja de plátano.
“¿Qué se cree esta, que nosotros comemos pasto o qué?”, fue su reacción cuando la dueña de la casa les dio a probar un pastel.
Ya establecido en el país, se enamoró, se casó, se divorció y se volvió a casar. En ese matrimonio lleva 30 años y su esposa, Conchita Rivera, piensa que él es distinto a los hombres puertorriqueños porque tiene “una mentalidad más amplia”. Poco que ver con muchos de los que se encuentran por ahí.
“Ellos tienen otra mentalidad y tú tienes una libertad mayor. Yo podía ir a donde quisiera, podía salir con mis compañeras de trabajo, con mi familia. Es una relación de pareja pero con apertura”, afirmó.
La cocina del matrimonio es más suiza que boricua porque es mayormente él quien se encarga de preparar los alimentos. Así que es común la ternera cortada en pedazos con una salsa de crema y las papas “de 20 mil maneras”, aunque la clásica es el roesti, que es cuando se preparan salteadas con cebollas y, quizás, tocineta. Ella disfruta su cocina, pero si el menú incluye arroz, entonces las manos puertorriqueñas son las encargadas.
Para Ernesto, nombre castellano que utiliza en lugar de Ernzt, la puntualidad es esencial. En ese departamento en Puerto Rico... hay más flexibilidad.
“Aquí hay una margen tropical”, dijo con humor el octogenario que bromea al atribuir las coloraciones de su piel a la mancha de plátano.
En las visitas que han hecho juntos a Suiza, Conchita ha podido ver el orden y la limpieza del país, lo que contrasta con el “macondo” boricua.
“Es espectacular, precioso. (Las amistades) me decían: ‘Yo no sé qué hace Ernesto aquí (en Puerto Rico), como es Suiza de bonito, de limpio y el orden’”, contó.
Al principio, Ernesto pensó regresar a Suiza, pero ya no.
¿Se arrepintió?
Se me quitó.