Hoy me siento bien cansado, con mucho dolor en el cuerpo, mi mente está agotada, en fin estoy exhausto. Pero a la misma vez me siento con mucha fuerza, se me hace difícil explicarlo. La única razón que puedo dar es que esa fuerza me viene del corazón, del saber que cumplí con la meta y de la satisfacción de poder ayudar. 

Esta mañana llamé a mis compañeros que llevan siete  años caminando conmigo y les pregunté cómo se sentían. Lo increíble es que todos se sentían igual que yo. Al indagar un poco más sobre el porqué de ese sentimiento similar, todos me respondieron más o menos lo mismo. Y es que créanme que el compartir con un pueblo que se lanza a la calle a caminar contigo, el poder dar un abrazo reconfortante a alguien que lo necesita, el solo mirar una persona que a lo lejos se ríe contigo y que con lágrimas en los ojos te dice en voz baja “gracias” hace que ese dolor de la caminata y el cansancio desaparezcan.

El sentir el cariño del pueblo durante estos seis días hace que recargues baterías, te levantes y continúes. Yo digo que sentir ese cariño es como si te fueran cargando y es la verdad. 

Nosotros no podemos caminar por el expreso, no está permitido y tampoco queremos pues la idea es poder pasar por donde más gente podamos conocer y compartir. Hemos caminado por calles, muchas de ellas cerca o dentro de los pueblos. Calles que ni sabía que existían pues nunca había pasado por ahí, ni había escuchado de ellas. 

Me he dado cuenta que muchos de estos pueblos y su gente están olvidados por el desarrollo. Los expresos muchas veces hasta les pasan por encima o ni los tocan. El poder caminar por estos pueblos, por esas calles fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Conocimos la humildad de su gente, sentimos su cariño, su alegría de poder ser parte de algo tan lindo, de algo que nos unía... que nos identificaba como pueblo.

Esta caminata se ha convertido en algo positivo, no solo por la ayuda que da sino por el mensaje que lleva de que en Puerto Rico también pasan cosas buenas que nos enorgullecen.

Nunca olvidaré los rostros de alegría y la impresión positiva de todos esos niños que vimos en el camino. Sus caritas valen un millón,  créanme que nunca se me van a olvidar. 

El dolor y el cansancio desaparecerán al pasar los días, pero lo que nunca desaparecerá serán las lindas experiencias de haber abrazado a un pueblo que se unió para ayudar a los más necesitados.

Una vez más ¡GRACIAS!

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Para Raymond Arrieta esta séptima edición de la caminata ha sido histórica por la asistencia masiva.