Mientras numerosas personas disfrutaban de las playas durante el pasado fin de semana largo  del 4 de julio, otros se dedicaron a dañar un área en la playa Punta Boquilla, en Manatí, donde organizaciones ambientales trabajan en la restauración de dunas y hacen investigaciones arqueológicas.

Los grandes bancos de arena fueron afectados por los huracanes Irma y María, y por una marejada ciclónica en marzo de 2018.

Además, el cambio climático también las sigue afectando.

La doctora Isabel Rivera, profesora de Antropología y Arqueología Ambiental en la Universidad de California, en San Diego, es una de las expertas que labora en estas iniciativas de protección en zonas costeras de Manatí, Arecibo, Barceloneta y Vega Baja.

El esfuerzo une a la Climate Science Alliance con Para la Naturaleza, Yo Amo al Tinglar, la Universidad de Puerto Rico, el grupo Vidas y Vida Marina. 

“Estas dunas fueron erosionadas y aquí hay muchos sitios arqueológicos y patrimonios culturales que nos dan herramienta para que la gente pueda aprender cómo adaptarse al cambio climático”, dijo Rivera, especialista en adaptación humana al cambio climático. La científica insistió en que las dunas protegen, no solo a las comunidades del área sino a las zonas arqueológicas.

Para restablecer la duna destrozada por los huracanes en la playa Punta Boquilla, desde enero comenzaron un proyecto que además de talleres incluyó -hace varias semanas- colocar verticalmente 200 tablas en el área devastada. Así provocan que la arena se vaya acumulando alrededor de estas y poco a poco crearán una duna, como la original, de unos 10 a 12 pies de alto, y con una extensión de 100 pies. 

Sin embargo, “para el fin de semana del 4 de julio, el sábado, ya estaban todas en el piso; las cuatro líneas de los palitos tiradas”, explicó sobre los actos vandálicos.

Se desconoce quién o quiénes, o que con qué propósito se realizó la acción. Sin embargo, la arqueóloga dijo que hay que concienciar sobre la importancia de proyectos como este.

Rivera también trabaja en dos lugares arqueológicos en el área de la reserva Hacienda La Esperanza, ya afectados por la erosión.

Uno de ellos es el llamado Machuca, el único sitio “ceremonial que queda en el área de la playa, con plazas y bateyes, como el Tibes (en Ponce) y Caguana (en Utuado)”.

En el lugar arqueológico hay una plaza principal y otras adicionales, que suman seis.

De esta área -donde también ha laborado el arqueólogo Ovidio Dávila- no se tiene evidencia de que haya sido poblada, ya que la aldea estaría al otro lado del río.

“Tenemos aquí, fácilmente, unos 2000 años de actividad sin pausa”, sostuvo Rivera.

Vital trabajo voluntario

Una familia que se ha dedicado a trabajar en iniciativas en pro del ambiente es la de Jessica Pérez, de la comunidad La Boca en Barceloneta.

Junto a sus hijos Jorge y Valeria, Pérez es parte de la organización Yo Amo el Tinglar, que se dedica a monitorear las playas.

“Parte de la conservación de las especies marinas es conservar las dunas. Además de proteger áreas y comunidades, muchas especies -como las tortugas- utilizan esas áreas para anidar”, sostuvo.

Rivera adelantó que este fin de semana, o en la semana próxima, volverán a colocar las paletas de madera en el área para retomar el proyecto y pidió a la ciudadanía que tome conciencia sobre la importancia de proteger las dunas.

Para trabajo voluntario en este y otros proyectos, pueden llamar a Para la Naturaleza al 787-722-5882 o visitar www.paralanaturaleza.org