Hatillo.- Cosas veredes.

Lo conocen como “El muerto vivo”, y es que don Reynaldo Espinosa, de 69 años, lleva unos diez años disfrutándose su ataúd.

Una vez al mes se acuesta por media hora en el ferétro, echa un sueñito y hasta medita.

“Un día me mandé a hacer mi ataúd para el día en que yo me muera me echen ahí y me lleven al cementerio. Yo lo hice con tiempo para disfrutármelo en vida”, dice muy serio el vecino de Hatillo.

Espinosa, quien nació en la Ciudad Ganadera y lleva 45 años residienco en el barrio Aibonito, nos recibió en su “Hacienda mi sueño”. 

“Esta hacienda fue un sueño que tuve y con la gracia de papá Dios logré hacer el sueño; y la tengo abierta sábado y domingo, de 10:00 de la mañana a 5:00 de la tarde. Quería tener una casa antigua, como en el tiempo de antes, y tengo cosas antiguas, muebles...”, explica.

Y como parte de las atracciones, los visitantes que pagan $5 a la entrada, se encuentran con el ataúd hecho  en cedro, “como los de antes, angosto abajo y ancho arriba, con muchos mangos, porque pesa mucho y para que la gente tenga por donde cogerlo”.

Cuando usted mandó a hacer el ataúd, ¿sentía que la muerte lo estaba buscando?

 Nooo. Yo dije, por si acaso algún día muero pues que lo usen para que me echen a mí.

¿Cómo fue el proceso?

Yo mandé a hacer el ataúd a la escondida de mi esposa y cuando ya estaba ready fui a buscarlo y me fui por todas las tiendas, por ahí, hasta Las Marías -donde vive un amigo-  y en todos los lugares me daba una cerveza, y llegamos aquí por la noche, y cuando la doña (su esposa) vio el ataúd se asustó, pero no le quedó otro remedio que aceptarlo.

Lo hicieron a la medida.

Lo hizo un muchacho de aquí. Cuando empezó a hacerlo,  cada rato tenía que ir allá a que me cogieran las medidas; coger esto, coger aquello, para que el ataúd quedara bien.

 ¿Qué dicen sus dos hijos sobre todo esto?

“Antes me decían que estaba mal de la mente; ya no, ya se acostumbraron”, dice mientras se acuesta en el féretro para demostrar cómo se acomoda en el.

Allí se acuesta con un cigarro en la mano “porque cuando me duermo me gusta coger un cigarillo”.

También tiene una cruz sobre el pecho.

“Esta cruz es para cuando yo muera me la pongan aquí, que me velen con ella”, dice.

¿Qué siente cuando está ahí?

Me acuesto como media hora o más de media hora, todos los meses; echo un sueñito, me siento todo relajado. Cuando hay actividades y la gente quiere, pues me dan 5 minutitos, vengo y me acuesto, y la gente se va y hacen fila y vienen y me ven. Unos se asustan, otros se echan a reír, me sacan fotos, y yo le digo: ‘bueno, soy tan feo que se asustan’”.

El hatillano también prepara ron caña “para que la gente se del palito antes de irse”, no de este mundo, sino de su finca. 

Y su esposa, ¿a veces no lo toca a ver si es verdad que ya se fue?

No, ella sabe de eso. Ella con los ojos lo dice todo.

Definitivamente, Antonia Vélez, conocida como Toñita,  tiene que ser cómplice de don Reynaldo para disfrutar junto a él sus ocurrencias. “Mira la esposa del muerto”, me dice don Reynaldo al presentarme  a Toñita.

¿Usted tiene que ser cómplice de él para todas estas ocurrencias?

Ay mija, claro, eso es así.

¿Qué paso cuando vio el ataúd por primera vez?

Eso fue bien tarde en la noche. Yo no sabía que él lo estaba haciendo. Cuando llego aquí, pues lo vi que lo traía montado encima de una guagua. Me sorprendió porque realmente yo no sabía que estaba bregando con eso, pero ya me acostumbré. Al principio le decían que él estaba mal de la cabeza.

Cuando él se acuesta allí, ¿usted lo toca de vez en cuando a ver si está vivo?

“No”, dice riendo a carcajadas. “Nada que ver”.

¿Cómo usted ve la muerte? 

“Es que la muerte es algo natural, hay que verlo de esa manera. Quizás ya, al verlo así (en el ataúd, si muriera)  ya me he acostumbrado… Pero cuando se enferma hay que correr también con él para el hospital. Eso quiere decir que no se quiere morir”, dice Toñita riendo  a carcajadas. Agrega que “uno lo ve natural pero nadie se quiere morir”.

Don Reynaldo quiere que en el ataúd se esposa le eche algunas cositas antiguas para llevárselas al más allá.

“Es que las flores las ponen hoy y ya mañana se las votan a uno y no dejan que el muerto se las disfrute. Yo le dije a la viuda que me ponga dos o tres cositas en la caja”.

Toñita, ¿ya sabe que le va a echar?

Dos o tres piedras, dice riendo. 

“Ella dice así pero no, ella me va a poner dos o tres cositas viejas”,  dice don Reynaldo, a lo que Toñita le riposta que “aunque yo sea antigua,  contigo yo no me voy a ir”.

Don Reynaldo, ¿cómo usted se ve en el otro mundo? 

Se supone que allá, el cielo,  esté lleno de rosas y de paz, mejor que aquí en la tierra. El cuerpo se queda y el alma se va para el cielo. El viejo mío se fue y no ha vuelto y la vieja mía también se fue y no ha vuelto ni me ha escrito ni ná. Quiere decir que está bueno allá arriba.

Por lo menos, a don Reynaldo le han hecho cinco funerales. Uno de ellos, según narró, fue en la comedia del director boricua Bruno Irrizary “200 Cartas”.

Anticipó que para fin de año podría realizar otro.

“Hay de todo. Carne frita, ron cañita... porque  yo quiero que cuando me muera, en el  velorio haya música del tiempo de antes,  donde se juegue  topo y   se reparta el palito también”, dice sonriendo.

  Dejemos en paz a don Reynaldo, que duerma su siestecita en el ataúd que algún día guardará sus restos para siempre.