Era una de las primeras en la fila para entrar al Walmart de Plaza Escorial. La mujer empuñaba un shopper en una mano y con la otra le acariciaba el pelo a su hija menor.

“No me los pierdo. Esto es todo un evento para mi familia”, dijo la secretaria.

Como toda una estratega, presentó un mapa del interior de la tienda y detalló que se proponía comprar un televisor de pantalla plana, entre otros componentes electrónicos.

La  mujer no se ha perdido un Black Friday en más de 10 años. Acudió al estacionamiento del centro comercial la tarde de Acción de Gracias y esperó pacientemente para que iniciara el evento. Ya se considera una veterana de la venta del madrugador.

Aunque muchos otros consumidores como ella programan sus compras con semanas o meses de anticipación, separando cuidadosamente su dinero para las compras navideñas, otros puertorriqueños participaron del evento sin ninguna noción de lo que iban a comprar. Iban, más bien, a improvisar.

La estampida que ha definido la venta del madrugador en años pasados no se registró en El Escorial, aunque sí se reportó en un Walmart de Mayagüez y un Toys ‘R’ Us de Plaza las Américas. Pero en todos los comercios sí se pudo constatar los extremos a los que han llegado miles de puertorriqueños para generar un ahorro, aunque sea minúsculo.

Los consumidores comenzaron a llevarse los televisores de pantalla plana como si se trataran de pasteles que iban a repartir entre familiares.

Muchos son residentes de comunidades de bajos recursos económicos. No habían dormido, pero la expectativa de la compra mantenía sus ojos abiertos de par en par. Recorrían los pasillos que aparentaban conocer como la palma de sus manos. Llegaban a las cajas registradoras con cajas que se desbordaban de sus carritos de compra.

Las escenas de consumo contrastaban diametralmente con la realidad económica de Puerto Rico, pero también podrían arrojar numerosos indicios sobre su condición social.

A pesar de las altas tasas de desempleo, entre otros factores que han agravado la economía local, el consumo continuaba sin interrupción.

Se definía como un signo ominoso de nuestros tiempos.