Al ver los surcos en sus manos, se ve que ha vivido un siglo... y un poco más. Su mente es un vaivén de recuerdos que a veces hay que ayudar a retomar cuando “se le va el hilo” de la conversación. Pero ¿qué más se le puede pedir a un ser que ha vivido 104 años? Nada. Solo escucharlo atentamente.

Don Emilio Flores Márquez es el mayor 10  hermanos. Se crió en Carolina pero dice que sus padres eran “nómadas” y se mudaban cada vez que tenían que desalojar la finca donde vivían como agregados. Don Millo tiene ese recuerdo plasmado en su memoria tal cual si lo estuviera viviendo una y otra vez. Cuando el recuerdo de su juventud aflora, menciona a sus hermanos de mayor a menor sin titubear: Angelina, Mercedes, Aurora, Joaquina, Cecilia, Rosa, Emilio, Lino, Miguel y José. Cuenta que él, por ser el hijo mayor, solo  asistió tres años a la escuela y luego tuvo que quedarse en la casa para dar la mano en la faena agrícola. “Yo ayudaba a mi papá en la caña. Antes en Puerto Rico había mucha caña y yo  le ayudaba  regando abono. También montaba la caña en vagones y ganaba $1.12 diario”, explica don Emilio,  aclarando que eso sucedió después de haber pasado por la Isla  la tormenta  de San Ciprián en el 1932.

Cuenta que su familia vivió de la agricultura y que los dueños de los terrenos se lo daban para que él los trabajara. Así aprendió don Millo a trabajar la tierra y ganar el sustento de su familia. Dice también que  para ayudar a sus padres y hermanos, además de trabajar en la agricultura, hacía también los quehaceres del hogar. “Yo era el mayor de los hijos, así que yo hacía de todo. Fregaba, cuidaba los muchachos, todo lo hacía”, recuerda don Millo mientras una sonrisa se dibuja en su rostro.

A pesar de la edad, don Millo solo padece de sordera y su estado de salud es tal que a  los 101 años, superó una operación al que fue sometido para colocarle un marcapasos. Él asegura que se siente “fuerte gracias a la alimentación de antes”.  Por eso sus dos hijos, quienes se encargan de su cuidado, le recuerdan  que a pesar de las penurias por las que pasó durante sus años de juventud, sí pudo  echar  adelante a su familia. Sus hijos, Tirsa y Emilio, lo cuidan día y noche, desde que su esposa y madre de sus cuatro hijos, doña Andrea Pérez,  falleciera hace tres  años. Precisamente, con doña Andrea  estuvo casado 75 años y  dice que fue el amor de su vida. Procreó con ella cuatro hijos y  dos  ya fallecieron. Cuando éstos  se criaban, don Emilio realizó distintas  labores para poder ganarse la vida y hacer  que todos sus hijos fueran unos profesionales. “Yo he vivido mi vida.  He sido  conforme con la vida. Muy tranquilo”, dice el abuelo de cinco nietos y cinco bisnietos.

Su hija Tirsa dice que fue un padre muy estricto, pero que ni a ella ni a  sus hermanos nunca les faltó nada. “Mi papá era un hombre muy disciplinado. Siempre nos decía que teníamos que estar en la casa, no en el vecindario”, explica su hija.

Ese amor que sembró don Millo en sus hijos, ahora lo recibe de parte de ellos. “Mis hijos me quieren mucho. Me cuidan. Ellos me dan hasta la comida y a  la hora de dormir, me arropan”, expresa don Millo mientas suelta una carcajada.

Al preguntarle  cual ha sido la clave para vivir feliz 104 años, este dice sin tapujos  que “ha vivido consciente de lo que hace, sin enojos y amando”. “Mi papá me crió con amor, amando a todo el mundo. Siempre me decía a mí y a mis hermanos que hiciéramos el bien,  que compartiera todo con los demás. Además, ¡Cristo vive en mi!”, dice  convencido de que esa es la esencia de la vida.