Cristian Castro ¿El adulto perverso?
Al señor Castro, la verdad es que sí, usted puede hablar sobre el sexo.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
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Como “polémicas” y “fuertes”. Así fueron catalogadas las expresiones recientes del cantante mexicano Cristian Castro sobre un aspecto que reveló de su sexualidad. Para aquellos que no estén al tanto del asunto, que algunos han intentado convertir en controversia, resulta que el artista comentó en una entrevista de la televisión nacional mexicana que le gusta “que me metan el dedito”. Esto, ante la pregunta de una de las animadoras del programa “qué debe hacer una mujer para conquistarte”. Cabe destacar, que antes de dar a conocer su respuesta, Castro manifestó “ay, Dios Santo. Cristo. La verdad que no puede decir algo tan grosero, ¿verdad?”
Pero, ¿qué de “polémicas” y “fuertes” tienen sus declaraciones? ¿Por qué continuamos refiriéndonos a las prácticas sexuales como “algo tan grosero”? Las repuestas a estas interrogantes estarán, sin duda, sustentadas en el sistema de creencias religiosas, políticas, sociales y culturales de cada quien. Sin embargo, como estudiosa de la comunicación y la conducta humana, me interesa provocar una reflexión sobre la tendencia a trivializar la sexualidad humana, en ocasiones, únicamente a base de información falsa, especulaciones y conjeturas. Asimismo, analizar cómo el ser humano moderno ha internalizado los mecanismos del discurso del poder para auto regular su conducta.
Ya que insistimos en levantar polémicas sobre la sexualidad, demos paso a la discusión sosegada y profunda. En primer orden de los asuntos, evaluemos el por qué las declaraciones fueron calificadas como “polémicas” y “fuertes”. Filósofos contemporáneos en el campo de las Ciencias Sociales afirman que la sexualidad, en la sociedad moderna, se fundamenta sobre la base de la tradición absolutista, que considera al sexo como peligroso, destructor y antisocial.
Para contrarrestar los poderes destructores del sexo, esta corriente respalda la implantación de una moralidad definida, basada en el conjunto de las instituciones sociales modernas por excelencia: la heterosexualidad, el matrimonio, la monogamia y la familia. Es a través de estas cuatro instituciones, que surgieron con el discurso hegemónico del modelo económico capitalista y la sociedad europea occidental del siglo XX, que la cultura intenta restringir la vida sexual de los ciudadanos, según argumentara el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, para lograr acceso directo a los cuerpos y, por consiguiente, controlar a la población, de acuerdo con la perspectiva de Michel Foucault.
A esa herencia cultural occidental, le debemos la creencia errada que la expresión sexual, de cualquier tipo, es exclusiva del matrimonio heterosexual monógamo porque admite como único fin legítimo la procreación. De ahí, que cualquier comportamiento sexual, cuyo objetivo sea procurar el placer por sí solo (la masturbación, el sexo oral y el sexo anal, por ejemplo) sean categorizados como algo inmoral, perverso, anormal, desviado e, incluso, ilegal. Sí, porque sepa usted que la estimulación oral y anal fueron consideradas como actos ilegales en diez estados de la nación americana hasta que la Corte Suprema invalidó, en el año 2003, las leyes que lo prohibían. En aquél entonces, el máximo foro judicial de los Estados Unidos dictó que el contacto sexual voluntario entre adultos está protegido por el derecho constitucional a la intimidad.
En segundo lugar, examinemos el por qué el propio sujeto identifica su conducta como un acto “grosero”. Foucault describió la sexualidad como una “experiencia” mediante la cual los individuos, de las sociedades occidentales modernas, se reconocen como sujetos del deseo, es decir, atados a un conocimiento sobre el sexo y las prácticas sexuales. Uno de los cuatro “objetos privilegiados de saber del sexo y del poder” es el adulto perverso. Este personaje surgió del proceso a través del cual la medicina llegó a clasificar el instinto sexual como una patología, estableciendo así enfermedades y síntomas, lo que Foucault denomina la psiquiatrización del placer perverso. Es por esta tendencia hacia la perversión en la adultez que la función sexual es vigilada y controlada por mecanismos de poder a distancia y por técnicas autorregulatorias. En el caso que nos concierne, vemos cómo el sujeto pone en práctica las técnicas de auto regulación cuando afirma, previo a la “polémica confesión”, que se trata de algo “grosero” que “no puede decir”.
Por otra parte, Freud indicó que las restricciones a la vida sexual del hombre civilizado moderno se traducen en sufrimiento, provocando que las personas experimenten deseos agresivos contra la cultura. Explica el neurólogo vienés de origen judío que, para evitar que la agresividad sea dirigida hacia el exterior contra el Otro, la agresión es “internalizada”, “dirigida contra el propio yo”. Esto pudiese explicar el por qué experimentamos sentimientos de culpa y vergüenza. Y, si añadimos a la fórmula las variables del sistema de creencias religiosas y culturales del sujeto, que sabemos es oriundo de México, una cultura identificada por el cristianismo y los valores morales fuertes, tendremos la explicación del por qué esa invocación al Ser Supremo (“Ay, Dios Santo”) y a la espiritualidad materializada en carne (“Cristo”).
Como persona de ciencia y de fe, porque no niego mis creencias, pero ante todo como profesional, me someto al ejercicio de contestar las preguntas planteadas al principio de este artículo. No, las declaraciones de Castro no son polémicas ni fuertes. Lo polémico y lo fuerte es continuar trivializando la sexualidad humana, reconocida por la Organización Mundial de la Salud como un aspecto central que atraviesa la vida de un ser humano. No, la estimulación anal (en el hombre o en la mujer, entre parejas heterosexuales o del mismo sexo) no es algo grosero; es sólo uno de tantos comportamientos sexuales para alcanzar o potenciar el placer sexual.
Dentro de los principales criterios diagnósticos que evalúan los profesionales de la salud mental para la mayoría de los trastornos mentales, se encuentran que el comportamiento no provoque una angustia significativa o impedimento en las principales áreas de funcionamiento (social y ocupacional, entre otras), así como si está en riesgo de daños el individuo, terceros o la propiedad. Me parece que, en este caso, no se reúne ninguno de estos criterios. Simplemente, tenemos otro ejemplo concreto de cómo la represión sexual continúa siendo el modo fundamental de la relación entre poder, saber y sexualidad.
Al señor Castro, la verdad es que sí, usted puede hablar sobre el sexo. Usted no es un adulto perverso, como en algún momento dado la ciencia intentó definir como una patología, por experimentar o expresarse abiertamente sobre su sexualidad. Usted es un ser humano que tiene los mismos derechos sexuales y derechos reproductivos que tenemos todos; derechos que ya han sido reconocidos por leyes nacionales, documentos internacionales y declaraciones de opinión general. ¡Adelante, Castro, hablemos de sexo para hacerle frente común a la ignorancia, la intolerancia y el odio!
La autora es relacionista licenciada y estudiante de programa doctoral en psicología clínica.
Colaboradores de diferentes sectores de la sociedad puertorriqueña analizan sucesos noticiosos al estilo de Primera Hora
Columnista invitado
Espacio de opinión sobre temas noticiosos y de interés para el País.