Ver cómo el mar por poco se traga a mi padre ha sido una de las experiencias más terribles en mi vida. Era verano y mi padre aprovechó para llevarnos a toda la familia a pasar un día de playa en Guayama, por el área de Pozuelo. Yo tenía entre 10 a 12 años y jugaba en la arena con mis hermanos mientras papi se daba un chapuzón.

De pronto, lo veíamos hundirse en el agua por segundos para luego salir de repente a buscar aire desesperado. Lo hacía una y otra vez mientras se alejaba de la orilla sin que nosotros pudiéramos hacer nada. Llegó el momento en que todos pensamos qué se ahogaría, fue una sensación terrible de impotencia y dolor.

Papi sacó su mano del agua y nos dijo adiós. Afortunadamente, aquel mar bravo se compadeció y, como por arte de magia, empujó a mi padre hacia la orilla. Aunque estaba en malas condiciones, recibió la ayuda necesaria de la gente que estaba allí y poco a poco se fue recuperando… pero el trauma de aquel día aún vive en mi cabeza.

Le tengo terror a las corrientes de la playa y la mera posibilidad de que alguno de los míos sea víctima de ellas me espanta. Por eso siempre estoy pendiente a las banderas que colocan en el balneario y a los boletines del tiempo antes de decidir meterme en el agua o darle permiso a mis hijos para que lo hagan.

En estos días, han sido múltiples los reportajes en la prensa sobre el aumento en el número de ahogados en las playas de Puerto Rico.

Reporta la prensa que van 18 muertes desde que comenzó el año, y en áreas específicas -como la zona de playa detrás de los hoteles La Concha y el Marriott, en San Juan- entre noviembre de 2020 al día de hoy se han ahogado siete personas.

Reporta igualmente la prensa que una comisión del Senado está buscando alternativas para disminuir el número de ahogamientos, lo que me parece una buena iniciativa. Sin embargo, será siempre la responsabilidad personal la más eficiente de todas las estrategias de prevención. Una isla como la nuestra, donde las playas son un activo de gran valor y un espacio de encuentro natural, necesita garantizar la seguridad de quienes disfrutan de ella. Eso incluye una buena rotulación en los espacios más frecuentados donde se indique cuáles son las áreas adecuadas para bañistas y las que no. De igual forma, la presencia de personal adiestrado en primeros auxilios y rescate para enfrentar cualquier eventualidad.

La inversión que tenga que hacerse valdrá la pena, pues mayor es el daño a nuestra imagen como destino turístico que pudiera crear una racha de ahogamientos como la que hemos experimentado en los pasados meses, además de lo trágico que resulta la pérdida de vidas humanas.

También, sorprende el alto número de personas en la isla que no saben nadar, cuando debería ser una actividad habitual entre los isleños.

Bienvenidas sean todas las iniciativas dirigidas a mejorar la seguridad de los bañistas en nuestras playas. Ojalá este próximo verano sea uno de disfrute en nuestras costas sin tragedias que lamentar. Debo recalcar que si bien lo que haga el gobierno será importante, nada sustituirá el sentido de responsabilidad individual de cada cual.

Aquella sensación que experimenté en la playa de Pozuelo, no quisiera que nadie la viva.