El pasado domingo salí ajorá de una fiesta en Sabana Grande rumbo a otra fiesta en Cayey. Como ya se ha vuelto costumbre, me enviaron la dirección por WhatsApp para poder llegar usando una de las aplicaciones de geolocalizaciones (GPS). A pesar de que tenía una idea de dónde era, confié ciegamente en la ruta que me trazaba el teléfono. Llegó un momento en el que, a pesar de que yo estaba convencida de que la mejor opción era seguir por la autopista hasta la salida de Cayey, opté por hacerle caso a la aplicación y cortar por Salinas. ¡Error fatal! 

La ruta recomendada era imposible y me perdí como hacía tiempo no me perdía. Me vi obligada a recurrir al sistema antiguo de GPS: preguntarle al primero que te encuentras. Un señor muy simpático, que parecía estar caminando de regreso a su casa, rápido me dijo: “Andan perdí’os , ¿verdad?”. En la cara se me notaba. Le pedí que nos indicara la forma más fácil de llegar a Cercadillo, en Cayey. De inmediato nos marcó el camino, no sin antes advertir que “las cosas esas aquí fallan”, en referencia al GPS. 

Seguí al pie de la letra las instrucciones del señor, llevándome directamente a la casa de la fiesta. Al llegar no había sido la única, otras personas habían sido también víctimas de la locura del GPS. 

El arrollador paso de la tecnología por nuestras vidas, no hay quien lo detenga. Ha venido a simplificar y brindarnos asistencia en nuestra vida diaria. Lo que no podemos permitir es que sustituya nuestro juicio e instinto humano. Que siga siendo asistente y no director de nuestra vida. 

Antes del GPS, sin usar mapas y a pesar de la pésima rotulación en nuestras carreteras, nos las arreglábamos para llegar a donde fuera. Anotábamos la dirección en un papel, pedíamos que nos dijeran cerca de qué estaba el sitio y cuando estábamos cerca, bajábamos el cristal y preguntábamos. Esa interacción humana es insustituible y tiende a ser más efectiva que cualquier aparato tecnológico a la hora de resolver problemas. 

Irremediablemente, tenemos que seguir usando la tecnología, pero evitando a toda costa que se nos atrofie ese instinto natural que me gritaba alto y claro que el GPS se equivocaba.