Mi querida abuela, a quien todos llamamos “Abue” y que tanto amamos en nuestra familia, necesita en esta etapa de su vida tanta atención como la que ella me ofreció cuando era una bebé recién nacida. 

Así es la vida... nacemos, crecemos, envejecemos y volvemos a ser tan indefensos como al principio de nuestra existencia. 

Todos los días mi titi Zulma y papi, junto a tío Wiso, se levantan con el deseo de ver a Abue llena de vida, atendiéndola y reciprocando cada paso que ella dio por sus hijos. La bañan, le ponen su batita, le dan su comida y le hacen historias y cuentos. Titi Zulma la tiene picuísima con sus uñitas de manos y pies pintaditas. Ella asiente con su cabeza y ríe, pues ya habla poquito. 

Me cuenta papi que así ella lo hacía con nosotros, sus nietos; nos dormía con sus cuentos y se desbordaba en cariños y atenciones. Ahora se invirtió el proceso y es a ella a quien le toca recibir todas las atenciones. 

La vida fue diseñada así, para que nos ayudemos los unos a los otros. Para que cuidemos a quien nos cuidó, cuando así las circunstancias lo requieran. El trabajo puede resultar arduo y tedioso, pero el amor y el sentido de agradecimiento compensan cualquier dificultad. 

Veo a mi titi Zulma con entrega total fajarse día a día, sin quejas ni reproches. Igual a mi papá, echando el resto para asegurarse de que no le falte nada a la viejita. Su expresión de alegría y satisfacción vale un millón cuando llega a casa luego de cumplir con lo que entiende -y está convencido- es su deber como hijo. 

Siempre que me menciona la satisfacción que le brinda estar cuidando a su viejita le recuerdo que estoy ready para cuando me toque cuidarlo a él. No puedo hacer menos por ese gran hombre, quien ha dejado el pellejo por sus hijos. 

Para mí será un honor ser su cuidadora y estoy segura que dibujaré en mi cara una expresión de satisfacción similar a la de mi viejo cuando cuida a su viejita.