Cómo fanática de la salsa, siento una gran admiración por la música de Ismael Miranda. Es una de esas voces que puedes distinguir entre muchas y que hace sonar bien todo lo que canta.

Eso es lo que resaltamos de Ismael quienes lo conocemos de lejos, sin embargo sus amigos íntimos no paran de contar historias que ponen en evidencia sus quilates como ser humano, que superan incluso su grandeza musical.

En los pasados días se dio a conocer la noticia sobre un percance de salud sufrido por el cantante: “A nuestra familia, amigos, colegas del ambiente artístico y seguidores de alrededor del mundo les informamos que en el día de ayer, 22 de enero, nuestro querido Ismael Miranda ha sido hospitalizado por unas molestias y con fuertes mareos que afectaron su rutina diaria”, informó la familia mediante un comunicado.

Días después de que se hiciera público el percance de salud sufrido por Ismael Miranda, coincidí con un grupo de buenos amigos que lo conocen muy bien y resultó muy grato escuchar historias sobre su calidad humana. ¡Con el gusto que sus amigos las narraban y el orgullo que mostraban de haber sido testigos de gestos sencillos pero valiosos, de uno de los más grandes salseros de todos los tiempos!

Esas cualidades humanas son las que hacen a los grandes, más grande. Las que penetran en el corazón de la gente y le sacuden el alma tanto o más que las interpretaciones musicales. Entre los cuentos, me llamó la atención la manera en que Ismael se desprendió de una de sus mejores composiciones “Pa’ Bravo yo”, permitiéndole al cubano Justo Betancourt grabarla por primera vez, aunque tenía planificado incluirla en su disco.

Entre chistes, decían que le bastó a Justo con decirle a Ismael que no era “mulato oscuro”, como dice la primera línea de la canción, para convencerlo de que le permitiera grabarla, convirtiéndose en la canción bandera de Betancourt. “Ismael no sabe decir que no”, decían su panas entre risas.

La trayectoria artística de Ismael es impresionante, grabando más de 20 discos y logrando colocar sus canciones entre las favoritas de todos los tiempos. Su paso por la compañía Fania, a los 19 años, el más joven de todos, le hizo ganar el calificativo de “El niño bonito de la salsa”. Su repertorio es gigante, pero las favoritas mías son “Borinquen tiene montuno” y “Señor Sereno”.

Por una realidad cronológica no tuve el privilegio de vivir y disfrutar los mejores años de Ismael y los salseros de su generación, por eso disfruto tanto y pongo mucha atención cuando en algún grupo se está hablando de la historia de la música, sobre todo de la salsa que tanto me gusta. Máxime cuando son los protagonistas quienes la narran.

En todas esas historias, no importa quién la cuente, el don de gente y la calidad humana de Ismael Miranda es un denominador común.

Aprovecho la ocasión para agradecerle a Ismael por la alegría que le ha regalado a nuestro pueblo con su música y para decirle que pocos seres humanos logran el nivel de aceptación, cariño y respeto que por su trayectoria ha ganado. Pronta recuperación. Esperamos poder verte y saludarte pronto.