La semana pasada, se celebró y homenajeó a todo el que hace trabajo voluntario. Definitivamente, es más que merecido. Nadie puede proclamar vivir a plenitud, si no dedica parte de su vida a servir.

“El que no vive para servir, no sirve para vivir”, dijo una vez con mucha razón Madre Teresa de Calcuta.

Si bien es digno de admirar a quienes sacan un rato para servir a los demás, debemos colocar en un alto pedestal a quien dedica su vida entera al servicio. Esos, para quienes el servicio voluntario es un hábito, es una forma de vida.

En todas las funciones de la obra “Hijas de su madre”, mi hijo Adrián coloca una mesa en el vestíbulo de los teatros para vender camisetas a beneficio de la Fundación Hospital Pediátrico.

Mucha gente lo ayuda, función tras función, entre ellos los voluntarios del Hospital Pediátrico, de quienes puedo dar fe de su vocación por servir. Pero también se incorpora gente del público, quienes al ver el rush en la mesa se prestan para ayudar.

En Mayagüez, en un momento dado durante el intermedio de la obra, se conglomeró mucha gente alrededor de la mesa y sólo estaba mi hijo con un ayudante. De pronto se acercaron dos personas y comenzaron a dar la mano despachando camisetas, todos pensamos que eran más voluntarios del Pediátrico.

Al terminar el intermedio, ellos se excusaron y regresaron a sus asientos para continuar viendo la obra. Luego regresaron al finalizar la función y volvieron a ayudar. Era una pareja de esposos que fue a ver la obra, pero se percataron que faltaban manos en la mesa de trabajo y de inmediato se hicieron disponibles.

Quienes viven para servir, sirven donde les toque y no vacilan para hacerlo.

Lo mismo con la historia de Jhon Guerra, el médico de Gurabo que reseñó El Nuevo Día, quien durante el huracán, caminó cinco horas desde su casa hasta el hospital HIMA en Caguas, para salvar la vida de un paciente. Su carro había quedado bloqueado y tenía que llegar al hospital. Así que colocó en su espalda una mochila que su esposa le preparó y sin pensarlo dos veces arrancó para el hospital a cumplir con lo que para los que sirven de corazón es lo más sagrado, el deber.

Ese espíritu de servicio se hace hoy más necesario que nunca. Gente como los voluntarios del Hospital Pediátrico, la pareja de Mayagüez y el médico de Gurabo, merecen todo nuestro respeto y reconocimiento.

Sobre estos valores es que tiene que reconstruirse nuestro país, de manera que además de un buen sistema eléctrico y mejores carreteras, tengamos un país donde se pueda convivir en paz y armonía.

¡Bendiciones a nuestros voluntarios!