Me di tremendo “guatapanazo” en la cabeza con la puerta de un gabinete que mi marido, para variar, había dejado abierta. Instantáneamente solté un “¡..ÑO!” Al él percatarse que no me había pasado nada -solo el susto y el cantazo- se despidió con una pavera interna porque ya se le hacía tarde. 

Aturdida por el golpe, con la frente fruncida y balbuceando lamentos, me puse una bolsa de hielo y la retuve por al menos 30 minutos. No me di cuenta de lo atento que mi hijo mayor Adrián estaba a todo lo que ocurría, hasta que unas horas más adelante, mientras lo mecía en el columpio del patio, me hizo un comentario: “Mamá,  ¿eso que esta en el cielo es una estrella fugaz?” Era un avión que dejó una estela de humo. Su emoción fue tanta que no pude en ese momento decirle lo que realmente era. “¿Puedo pedir un deseo?”, preguntó, a lo que le respondí: “Por supuesto, mi amor, puedes pedir un deseo cuando así lo entiendas”. Cerró los ojos y agarrado a las cadenas del columpio pensó su deseo. Me mataba la curiosidad de saber cuál era esa petición tan especial.

Le dije: “Me gustaría saber ese deseo a ver si te puedo ayudar”.

“Mamá, que nunca discutan los papás de ningún niño del mundo y siempre estén juntos”. Al indagarle me confesó que pensaba que su papá se había ido molesto conmigo por la rabieta del gabinete, una impresión que no era cierta, todo lo contrario, se fue muerto de la risa, pero  en la mente del niño había generado preocupación.

En esa etapa formativa, nuestros hijos  son una esponja. Absorben con mucha facilidad todo lo que ocurre en el ambiente, lo bueno y lo malo, sobre todo de sus modelos, papá y mamá. La responsabilidad es enorme y no podemos subestimar ningún gesto ni expresión. Están pendientes a todo y le otorgan una escala de valor a las cosas de manera muy particular.  Debemos siempre pensar que nuestros hijos están atentos a nuestros actos y que para ellos cada espacio es un salón de clases y que todo lo que hacemos y decimos es la lección del día. 

Si miramos hacia atrás posiblemente recordemos algún momento de controversia entre quienes nos criaron y que al día de hoy no sabemos por qué le damos tanta importancia en el recuerdo. A lo mejor fue algo pequeño, pero como hizo Adrián con el grito del “gabinete”, le otorgamos un valor especial. Si lo sencillo impacta tanto imaginemos el efecto en la formación que tiene el crecer en un hogar donde el insulto y la falta de respeto sean la norma.

La “estrella fugaz” de Adrián fue una forma de comunicarme sus sentimientos. Estoy segura que de no haberla “visto” hubiera inventado otra forma. Ese espacio de comunicación directa es importante y siempre debemos suponer que nuestros hijos tienen algo importante que comunicarnos.

De más está decirles que seguiré con la cantaleta para que cierren las puertas de los gabinetes y si vuelvo a darme será inevitable gritar... Ahora sí estaré más pendiente a que Adrián entienda que es dolor, no coraje.