Como la mayoría de ustedes, lo primero que hago al despertarme es buscar el boletín informativo del Departamento de Salud para ver las estadísticas de casos de COVID-19. Cómo me alegré cuando semanas atrás habían disminuido significativamente, igual que ahora me preocupa al constatar que van en escalada. Aún sin una vacuna confiable disponible ni tratamiento efectivo, el no poder contener la propagación del virus es una verdadera tragedia.

Los médicos y salubristas han vuelto a levantar la voz de alerta y recomiendan detener cualquier proceso nuevo de apertura y replantearse los ya existentes. Bueno, pues aunque nos haga la vida más difícil a todos, hacen bien. Los tiempos que vivimos son inciertos y si nos vamos a equivocar, que sea a favor de la prevención y la salud.

Hay que reconocer que la ciudadanía ha ido creando conciencia y son muy pocos los que salen de sus casas sin las mascarillas. Los lugares que reciben público, en su inmensa mayoría, cumplen con las recomendaciones de distanciamiento e higiene. Aún así, hay un grupo que se resiste a comportarse a la altura que se requiere en tiempos de pandemia. El vacilón es extremo y sin ningún tipo de control ni medidas de protección para evitar la propagación del virus. Ese grupo está poniendo en riesgo a los demás y amenaza con tirar por la borda el trabajo realizado durante los pasados meses.

Tenemos además el reto de nuestra conexión con el estado de Florida, que se ha convertido en el epicentro del coronavirus en los Estados Unidos. El control en el aeropuerto resulta vital, por lo cual se justifica hacer todo lo que entiendan las autoridades necesario para evitar la entrada del virus.

Si eso significa que cuando viajemos tenemos que salir un poco más temprano y esperar un tiempito, no debemos molestarnos. Estos días son críticos. De no ocurrir una disminución en el número de contagios, el Gobierno no tendrá otra alternativa que regresar a donde comenzamos.

Las ayudas que se han hecho disponibles para enfrentar estos periodos de interrupción de la actividad económica no son infinitos, por lo que un nuevo cierre sería mucho más traumático que el anterior. La única forma de evitar el regreso a la línea de partida es intensificando el cumplimiento de nuestra ciudadanía. No podemos bajar la guardia y debemos actuar con cautela y precaución, conscientes de que la emergencia aún no ha terminado.

De nosotros depende que el regreso a la “nueva normalidad” ocurra pronto o que, por el contrario, se extienda y prolongue causando daño permanente a la salud y economía de nuestro pueblo.