La semana pasada los pasillos de Telemundo dejaron saber su alegría al recibir la visita de uno de sus hijos predilectos, Eddie Miró.

Para mí fue un honor entrevistarlo, junto a su esposa Ita Medina, su hija Dana, su pintoresco yerno, Luisito Vigoreaux, y su nieta Andrea, en el mismo horario en el que reinó durante los tiempos de oro de la televisión puertorriqueña como presentador de El Show de las 12. Eran también los tiempos de la tarima más importante que ha tenido la música puertorriqueña, Noche de Gala.

Al llegar Eddie a Telemundo, todos salían a saludarle, llenos de alegría. La emoción era recíproca, pues Eddie dejaba saber cuán feliz se sentía de saludar a quienes fueron sus compañeros por tanto tiempo y de regresar a su casa, Telemundo. Ese respeto no se lo gana todo el mundo, es muy diferente al aplauso del momento, que desaparece una vez se apagan las luces de las cámaras. El respeto es diferente, trasciende en el tiempo y perdura -incluso- luego de nuestra partida del mundo terrenal.

No basta con hacer un buen show o tener muchos puntos de rating para que la gente te muestre respeto, se requiere una vida entera de buen proceder frente y tras bastidores. Esa debe ser siempre la aspiración, no sólo en el ámbito profesional sino también en la vida.

Por eso, ni el tiempo ni las dolencias que le acompañan han podido borrar la eterna sonrisa de Eddie, quien es respetado y querido por todos los que de una u otra forma le hemos conocido. Eso incluye a los miles y miles de televidentes que crecimos viéndolo en la pantalla chica.

Eddie es de esas personas que, con su presencia, cambia la atmósfera del sitio donde llega. Eso me pasó la semana pasada cuando me visitó en Alexandra a las 12, me sentí muy bien, me llené de entusiasmo. Su presencia me motivó, su fortaleza de espíritu me contagió y me estimuló a hacer el programa con más empeño que nunca. También a valorar lo que hago y disfrutarlo, sabiendo que no será eterno y que mucho lo extrañaré cuando me falté.

Le decía Eddie a la periodista Rosalina Marrero en una entrevista anterior, que lo que más extrañaba era entretener a la gente, lo que describió como un “bálsamo”. “Cuando haces reír a un público completo, no hay suero que valga”, expresó entonces.

La risa es terapéutica tanto para el que la muestra como para quien la provoca. A eso se dedicó Eddie Miró toda su vida, a regalarle risas a nuestro pueblo, que hoy le devuelve esa ofrenda mostrándole respeto y reconociéndole como uno de los grandes de todos los tiempos.

¡Gracias por tanto, Eddie Miró!