En la “Casi Casi Primera Dama” cuando hablo del momento en que conocí a David por primera vez cuento que, al verlo tan jincho y pálido, pensé que la mamá en vez de parirlo había querido imprimirlo y se había quedado sin tinta. Los que fueron a ver el stand up se morían de la risa con esa parte y hasta miraban a David. Él me regaló esa línea, como muchas otras, con emojis de caritas riendo. Yo le decía que la gente podía cogerlo mal por estar vacilando tan fuerte con él, pero me convenció de que lo vacilara sin pena. Resultó ser una de las mejores líneas del show.

Yo no he conocido una persona más relax y seguro de sí mismo que David Bernier. Pocas cosas le molestan, todo lo coge con calma y nunca levanta la voz. Un hombre sereno y alegre. No habla mal de nadie, para él todo el mundo tiene virtudes. No les niego que se me hace difícil seguirle el paso, pues a mi los rotos de la nariz se me expanden y las orejas se me ponen calientes a la menor provocación. Pero, el dejar de ser la potra salvaje y medio mecha corta que era en mis años universitarios, para convertirme en quien soy hoy como madre y esposa, mucho se lo debo a David. 

Recuerdo la vez que me cancelaron el programa “Anda Pa’l Cará” y lo llamo llorando histérica, desconsolada. Apenas podía hablarle de lo afectada que estaba. Él me interrumpe y me pregunta: ¿Le pasó algo al nene?”. Le contesté rápido que no, que el nene estaba bien. “Pues tranquilízate. Lo que te pueda estar angustiando no es más importante que eso. Así que me llamas luego con calma”. Colgamos y me dejó reflexionando. Tenía razón. Como esa, pudiera contarles montones de experiencias donde David, con su sabiduría y don de gente, me ha enseñado a ser una mejor persona. 

La madrugada del pasado jueves, cuando mi esposo decidió no aspirar a la gobernación, fue uno de esos momentos de aprendizaje. Posiblemente, uno de los más significativos. Como en todos los momentos importantes, esa madrugada del jueves estuve con él, ambos recostados en la cama mirando hacia el techo. Tenía sus razones para no correr muy claras y lo responsable era informarlo de inmediato. Se levantó y se fue a la sala a escribir lo que compartió horas después con el país. Fui la primera en leer aquel escrito, estrujándose mi corazón de inmediato. Sé lo que representaba para él renunciar a la oportunidad que la vida le presentaba. David es un servidor público de vocación y ha dedicado su vida entera a prepararse para aquel momento. Por otro lado, aquella decisión era el resultado de semanas de reflexión y de una evaluación dura y desapasionada que, según me comentaba una y otra vez, tenían como prioridad asegurar que su decisión no afectara el futuro de sus hijos. Era una decisión trascendental en su vida, en la nuestra, que requería “tranquilidad de espíritu” me decía. Así lo hizo y decidió. 

Si bien lo hubiera acompañado de haber decidido aspirar, debo reconocer que me enorgullece que haya puesto mi familia primero. Hizo lo correcto. Todavía estamos recuperándonos del sacrificio grande de la pasada campaña y hubiese sido traumático, sobre todo para los nenes, comenzar otra campaña. 

Aquella madrugada del jueves, una vez más, mi esposo acertó. Lo hizo bien cuando aspiró en el 2016 y ahora también al no correr. Aquella madrugada reafirmé mi convicción de que me casé con la persona correcta. Un hombre sensato, realista y responsable, que muy bien sabe darle valor y prioridad a las cosas que lo tienen. La madrugada del jueves aprendí muchas cosas, pero sobre todo, a valorar y admirar, aún más, a mi esposo y padre de mis hijos.