Han pasado 38 años y para ella sigo siendo su nena.

La misma chiquilla que la hacía rabiar por las mañanas porque no quería el peinado que me hacía para la escuela o se le antojaba algo diferente a lo que ella había preparado para el desayuno. 

La misma pequeña a quien no le perdía “ni pie ni pisada” asegurándose siempre que nada me perturbara y estando siempre dispuesta a defenderme de las injusticias. 

Nunca olvido la ocasión en la que se personó a la plaza pública de Cidra a defenderme de una estudiante que quería darme. Así lo ha hecho siempre, sin titubeos. 

Cuando el peligro acechaba, ha estado dispuesta a entregarlo todo para cuidarme y protegerme. 

Sigo siendo para ella la misma nena a quien enseñó a amar a Dios y agradecerle siempre todas las bendiciones. 

Me enseñó a vivir en total apego a rígidos valores que incluyen el respeto a todos los seres humanos por igual.

Siempre respaldando mis inventos y pasiones, creado las condiciones para mi pleno desarrollo. 

Nunca faltó su aplauso cuando la buscaba entre el público mientras declamaba, actuaba, imitaba a Cantinflas y echaba mis sueños a volar.

Siempre me decía que se ponía más nerviosa que yo, pero nunca lo demostraba, todo lo contrario, se proyectaba segura dándome confianza y arrojo. 

Eso sí, era imposible que la gente no se enterara de quién era su nena, pues el orgullo se me salía por los poros y las emociones y la alegría la delataban.

Muchas veces me esperaba en el balcón cuando la noche se me hacía corta y pasaba los límites del permiso.

Ver su cara de preocupación y en ocasiones de molestia era el mejor disuasivo para no volver a llegar tarde.

Siempre cuidaba celosamente mi sueño, atendió mi fiebre y curó mis maldeamores. 

Es mposible no recordar una muestra de amor tan generosa e intensa cuando se acerca el día que rinde homenaje a quienes somos madres. 

Sobre todo porque el día de hoy, a mis 38 años, sigo y seguiré haciendo siempre su nena.