El domingo pasé un día espectacular junto a mi esposo, suegro y cuñados, celebrando el Día de los Padres. El tema de conversación principal fue el vídeo que mis hijos prepararon para David, haciendo una versión muy especial de la canción “Llegaste tú” de Luis Fonsi.

A pesar de tanta alegría, me levanté el lunes como si tuviera una mochila llena de plomo en la espalda. Me sentía cansada y como tristona. Me puse la ropa de hacer ejercicios, sin muchas ganas, luego de terminar el café que no me supo como siempre. Nada malo había ocurrido en mi vida, por el contrario, muchas cosas bonitas el día antes en la celebración de los padres.

Mi estado de ánimo no era diferente al aspecto que tenía el cielo arropado por el polvo proveniente del desierto del Sahara. Apenas se podía ver el sol, pintándose de gris el cielo. Esto, acompañado de un calor infernal, convirtió la mañana en una poco atractiva.

Otras veces habíamos tenido este fenómeno, pero nunca, por lo menos yo, lo había visto tan intenso. Los expertos dicen que es el más fuerte en los pasados 50 años y advierten sobre el riesgo que esto supone para personas alérgicas, asmáticas y con otros problemas respiratorios.

Inevitable no extrañar los colores de nuestro cielo hermoso, el que diariamente nos saluda en la mañana dándonos los buenos días. Días como estos nos recuerdan que vivimos en una isla bendecida que tenemos que cuidar y valorar. Agraciadamente, esta nube será transitoria y próximamente volveremos a ver los rayos del sol y a disfrutar nuevamente de nuestro paisaje.

En otros rincones del mundo este gris triste es la norma durante todo el año. Uno pensará que la gente se acostumbra, pero yo diría que más bien se resignan, pues cuando nos visitan y disfrutan por uno días del cielo que nosotros vemos a diario, quedan maravillados y sueñan con regresar. Todos desearían vivir todo el año bajo un cielo como el nuestro.

Por eso estaba “achongá” ayer, me hacían falta los rayos del sol y el azul de nuestro cielo.

El entorno condiciona nuestro estado de ánimo y emociones, por eso debemos procurar vivir en el mejor ambiente posible. Eso es cierto para el planeta, pero también para nuestro hogar. Por eso nos gusta decorar, mantener el área limpia y sentirnos cómodos. Por eso las buenas compañías nos hacen sentir bien y nos permiten disfrutar la vida.

Todo lo que nos pese y abrume debemos dejar que, como el viento con los polvos del Sahara, se aleje de nosotros lo antes posible. Ese mal recuerdo, esa amistad tóxica, ese vicio, ese rencor que no te deja ser feliz, está evitando que un cielo azul y hermoso se pose sobre tus hombros.

Esperemos que los polvos se alejen pronto de la isla, que vuelva a soplar brisa fresca y el sol de siempre vuelva a brillar. Aunque nos quejamos con frecuencia, todos sabemos que vivimos en un lugar hermoso que, cuando nos alejamos o fenómenos como este nos lo cambia momentáneamente, nos damos cuenta de cuanta falta nos hace. ¡Sopla viento!