Como la mayoría de los puertorriqueños, tengo familiares viviendo al “otro lado del charco”.

En Rhode Island una hermana por parte de padre a quien amo con todo mi corazón que se llama Cecilia y en Nueva York a un supertío chulísimo a quien todos llamamos Yuyín.

Siempre que vienen de visita a Puerto Rico se forma el party en casa de papi y mami. Este fin de semana vino tío Yuyín, quien es la ejemplificación exacta de lo que es un “boricua bestial”. Su barriguita bien puesta, que reconoce ha cultivado a fuerza de arroz, habichuelas y cuchifritos, no le impide tirar sus pasitos de salsa cuando prenden la vellonera. Salsero hasta morir, se sabe casi todo el repertorio clásico de la salsa gorda y no puede evitar cantar a toda boca los coros y letras de las canciones... y cuando se equivoca se tira un la, la, la, para que nadie se dé cuenta. 

A sus casi 70 años viste todavía como un teenager, resaltando siempre de alguna forma el azul, rojo y blanco de nuestra bandera. Siempre con su gorrita bien puesta y ese español mezcla’o del cual se siente tan orgulloso que incluye siempre un “you know”, “people”, “What’s up?” entre una oración y otra.

Aunque han pasado 40 años desde que se mudó a Nueva York, cuando se trata de los recuerdos de infancia en su bello Puerto Rico su memoria actúa como una cámara fotográfica. Se acuerda de todos los detalles y nombres. Cosas que a mi padre ya se lo olvidaron las trae en sus relatos de forma exacta. Sus historias favoritas son de pesca y aunque su pasatiempo favorito allá en Nueva York  sigue siendo pescar, reconoce que sus mejores momentos los pasó pescando chopas, buruquenas, guábaras y un montón de otras cosas que no recuerdo los nombres en el río La Plata y el lago Carite. 

Es también un cómico de primera; puede contar 100 chistes corridos haciéndote reír más por la forma en que lo cuenta que por el chiste en sí mismo. Es también chef aficionado y trajo en las maletas pescado que preparó en escabeche para todos en casa. Se vendió rápido y nos quedamos con ganas de más.

La verdad que la pasamos superbién con mi pintoresco tío  Yuyín. El culillo que le da cuando viene a su isla es contagioso; la alegría se le sale por los poros. También el amor por su familia, amigos y tradiciones puertorriqueñas. 

Antes de despedirse, Yuyín siempre  nos comenta con nostalgia que no pierde la fe en poder regresar a vivir a la Isla para pasar los últimos años de su vida. Sueña con tener su pedacito de tierra para sembrarlo y una casita cerca de un río para pescar. Ojalá que así sea. 

Saludos y bendiciones a mi querido tío Yuyín y a todos los puertorriqueños que desde la distancia siguen vinculados a nuestro terruño, viviendo nuestra cultura y tradiciones. Gracias por no bajar la cabeza ante nadie y defender lo que somos con orgullo. 

Cuando se les antoje visitarnos, acá los esperamos. Esta tierra también es suya.