Veo a mis hijos con sus computadora abiertas y la pantalla llena con los rostros de sus compañeros de clases, todos atentos mientras escuchan a su maestro impartiendo de manera entusiasta el pan de la enseñanza. El esfuerzo que hace el maestro para lograr la atención y control de sus estudiantes es digna de admirar. Sin que él me vea, acá estoy yo, atenta y observando. Soy su ayudante virtual, pues cuando se acaba la clase me quedo con mi hijo repasando y haciendo el plan para que cumpla con sus tareas; ¡que son muchas!

Así transcurre el día, intenso por demás...

Jamás pensé que la educación a distancia se fuera a convertir en parte de nuestra vida cotidiana, de la noche a la mañana. Nunca había utilizado la aplicación Zoom, hasta que llegó la cuarentena. Ahora somos todos expertos y la entendemos como una herramienta que llegó para quedarse.

No vale la pena luchar contra lo inevitable, tenemos que adaptarnos. Sigo prefiriendo, por mucho, la educación presencial, pero soy consciente que de ahora en adelante ambas caminarán de la mano, y qué bien. Hubiera sido terrible que no existiera una alternativa para que nuestros hijos se educaran, aunque todavía existe el reto de hacerla accesible a todos los niños por igual.

Este tipo de tecnología educativa se acaba de convertir en una necesidad, por lo que debe estar en la agenda de los gobiernos asegurar que cada niño pueda beneficiarse de ella. Hace unos añitos hablábamos de tener computadoras en los salones como una meta a lograr, hoy la computadora se convirtió en el salón.

Cambios dramáticas que las circunstancias han ido empujando y que requieren amplia discusión y atención para que hablemos de cómo compensar con otras actividades los valores que enseña la interacción humana y más importante aún, para que no termine siendo una herramienta limitada para algunos sectores de la sociedad.