En una pequeña reunión de amigos, mientras celebrábamos el 12 aniversario de mi matrimonio con David, salió el tema de la guerra entre las sombrillas y la bandera. 

La cháchara comenzó en tono de chiste, luego tuvo momentos de seriedad y al final regresó al vacilón que tanto nos gusta a los boricuas. Uno intentó darle un matiz político al asunto, pero nadie le hizo caso. 

El debate estaba bastante parejo entre quienes preferían las sombrillas y quienes aplaudían la idea de la bandera. También había quien entendía que el cielo sanjuanero tiene suficiente belleza al natural, por lo que no se debería tapar su vista. 

Aquí les dejo mi punto de vista y, como siempre, estaré pendiente a sus comentarios bajo la nota. Creo que fue una buena idea convertir este espacio en un área de expresión artística. Me encantaron las sombrillas y ahora el cambio a la bandera, más todavía. Debe permanecer así. Que se reciban propuestas de artistas y se cambie durante el año, de forma que sirva de atractivo para que los turistas y los puertorriqueños vayan a disfrutarlo. 

No es de extrañar que algunos traten de buscarle la quinta pata al gato y señalen faltas por señalar. Claro que el cielo de San Juan es hermoso e insustituible, pero no se le está poniendo un toldo a la capital. Es un espacio razonable, adornado con arte transitorio de buen gusto que no afecta las estructuras históricas. He tenido amistades y familiares que han venido de visita a la isla y, en su paso por San Juan, se llevaron su foto en las sombrillas.

Estoy segura que cuando regresen, irán de cabeza para la bandera para tener su recuerdo. Estoy a favor de esta iniciativa, creo que es refrescante y logra, con una inversión mínima, presentar una bonita atracción en la zona histórica de San Juan. Antes de terminar debo admitir que en casa estamos divididos. Para el gusto, los colores.