Mientras cenábamos en un restaurante en el pueblo de Ponce, junto a otras parejas y todos nuestros hijos -que sumaban casi una docena-, un amigo se nos acerca para saludar y desearme suerte en el San Blas, que iba a correr al día siguiente. “Por lo que veo, las mujeres aquí son las atletas y a los hombres les toca cuidar a los muchachos. Trabajo en equipo de los nuevos tiempos”, le comentó bien chévere a David.

Pues lo que él señala como una novedad, no es algo raro, ni que nos llame la atención. Las parejas que estábamos allí, hacemos todo en equipo sin que el género defina las tareas. Ni siquiera es materia de discusión. Cada cual ayuda al otro en lo que haga falta y se disfruta que su pareja alcance el máximo de su potencial. Pero era cierto, las mujeres estábamos preparándonos para correr el San Blas y los hombres tenían la tarea de levantar temprano a los muchachos y llevarlos lo más cercano posible de la meta, para que pudieran ver a sus madres llegar. Pero en ocasiones es a la inversa, y lo hacemos igual, con todo el gusto del mundo. No sólo en eventos especiales, si no todo el tiempo, pues terminada la carrera y el fin de semana, cada una tiene su profesión, al igual que nuestros esposos, y nos toca dividirnos las tareas para que cada cual pueda cumplir con su trabajo y con la familia. Pero de igual forma, sin que el género condicione nada. Todo de manera justa y conveniente para el beneficio de la familia.

La verdad que esa manera de compartir en pareja que hoy parece tan normal, no siempre ha sido así. Nuestros padres y abuelos lo hacían distinto y daban por hecho unos preceptos que colocaban a la mujer en una posición de inferioridad en sus relaciones de pareja. Eso, poco a poco, se ha ido superando, aunque todavía falta muchísimo. Tengo la esperanza de que la generación de mis hijos termine de superar los rezagos que aún se manifiestan.

Bueno, sonó el disparo en Coamo y allí salimos a recorrer las calles del San Blas. Aquellos que me metieron miedo con la carrera y su temida cuesta del “ajoguillo”, tenían razón. ¡Qué dura es la condená cuesta esa! Pero gracias a Dios, la pude superar. Me siento supercontenta con lo logrado.

Siendo esta la Semana de la Mujer, aprovecho para felicitar a todas las participantes. Allí fuimos todas dispuestas a dar el máximo. Algunas eran atletas profesionales, pero la mayoría –simplemente- éramos mujeres entusiastas que buscamos en el fondismo una alternativa de esparcimiento y un complemento a nuestra ajetreada vida personal, profesional y familiar. Bella estampa aquella la de Coamo. Al igual que mi esposo, eran muchos los que esperaban por sus parejas en la meta para celebrar juntos en la llegada. Otros corrieron juntos, o era ella quien lo esperaba, pero en ningún momento el género era un factor limitante para el disfrute. Así debe ser.

El disfrute en pareja, para que sea pleno, debe incluir la comprensión de que cada cual tiene derecho a lograr felicidad plena y el otro a respaldarlo. En ese caminar, el género nada tiene que ver, el respeto y el respaldar tiene que ser recíproco.