Cuando uno visita una casa ajena, trata de comportarse incluso con más decoro que cuando está en la propia. Si nos tenemos que quitar los zapatos para entrar, lo hacemos y ajustamos lo que sea necesario y requerido. Uno se encarga de conocer las reglas y cumplirlas.

No es diferente cuando visitamos otro país. Siempre tendemos a ser cautelosos en no incumplir con las reglas y leyes. Por eso, llama tanto la atención e incomodan las imágenes y vídeos de turistas sin mascarillas y con actitudes desafiantes, cuando se les requiere cumplir con las normas especiales para prevenir la propagación del coronavirus.

Esos turistas problemáticos es mejor no tenerlos. Que busquen otro sitio donde puedan hacer lo que les dé la gana. Ellos con su comportamiento no solo irritan al local y lo ponen en peligro, sino también al turista que viene a pasarla bien y con una actitud respetuosa y responsable.

Nuestras cualidades de buenos anfitriones nos llevan a tolerar y, en ocasiones, a reírles las gracias a quienes nos visitan, con tal de agradarlos, pero eso debe tener límites. Vivimos tiempos especiales, donde no seguir reglas básicas -como el distanciamiento social o el uso de mascarillas- puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Esto es cierto para el de aquí y el que nos visita.

Las autoridades deben actuar con firmeza contra los turistas problemáticos y si violentan nuestras leyes y normas, que paguen. Si se molestan, allá ellos. Y si no quieren regresar, mejor. No faltarán los buenos ciudadanos con ganas de visitarnos que valoren nuestras bellezas naturales y a la vez respeten nuestras leyes y a nuestra gente. ¡Esos son los que queremos!