Hoy, 23 de enero, me convierto oficialmente en una doñita cuarentona. ¡40 años! Aunque no es igual que cuando tenía 20, eso no significa que sea malo. Simplemente es diferente.

Hace 20 años era una potrita salvaje, indomable. Solo me preocupaba el ahora, y si acaso, el futuro inmediato. Planificaba de semana en semana y sobraban energía y vitalidad para creerme capaz de enfrentarme a lo que fuera. Se disfrutaba mucho, sí, pero también se sufría, sobre todo porque cometer errores era la orden del día.

Inevitable no pensar en lo diferente que hubiesen sido los 20 si para entonces llego a saber sobre la vida, lo que ahora sé a los 40.

¡Qué muchos malos ratos me hubiese evitado! 

De esto hablaba con un grupo de amigas cuarentonas cuando compartíamos en las fiestas de la SanSe 2018.

“Las fiestas son las mismas, nosotras somos las que hemos cambiado”, decíamos. “Tanto así que llevamos dos horas sentadas frente a un negocio, cuando antes les dábamos la vuelta al Viejo San Juan hasta el cansancio”.

Así era. En mi caso abría las fiestas de la calle San Sebastián y las cerraba. Si me tenía que meter dentro de un cabezudo, lo hacía. De dos a cuatro horas de sueño eran suficiente para recargar baterías y seguir con la fiesta. 

Ahora, a los 40, fui solo el viernes tempranito y ya a las 9:00 de la noche, cansada y esbaratá, estaba recogiendo para regresar. No me paré en el churry a matar los munchies porque, en casa me esperaba un plato de arroz con habichuelas que me había hecho mami.

Regresé manejando mi guagua con precaución, muy diferente a la prisa que siempre me acompañaba al volante dos décadas atrás, cuando los cortes de pastelillo eran la orden del día.

No es que ahora saque las manos por la ventana, como nos enseñaban para la licencia de aprendizaje, cuando voy a hacer un cambio de carril, pero hay más precaución.

Esa cautela que se desarrolla con el tiempo no es sinónimo de “aplatanamiento”, es simplemente una manera diferente de vivir y pasarla bien. 

El tiempo no pasa en vano, todo lo cambia, todo lo condiciona. Siendo inevitable el paso del tiempo, tenemos que tratar de usarlo a nuestro favor.

También reconocer los efectos que tienen en el cuerpo, hay que cuidarse, alimentarnos bien, cuidar el sueño, hacer ejercicios y seguir esforzándonos por sentirnos bien con uno mismo.

Se valen las cremitas, uno que otro retoque, y por qué no, también los suplementos que nos ayuden a mantener la fuerza y el vigor.

¡Claro que sí! Si hay que jalar un poquito de aquí y de allá más adelante, también.

Los cuarenta me han llegado y la verdad que no puedo quejarme, siento que estoy viviendo una de las etapas más bonitas y felices de mi vida.

No voy a bajar la guardia y seguiré cuidando mi salud, pero sobre todo mi espíritu y ánimo de seguir viviendo con intensidad y entusiasmo.

¡Que se preparen los 50 que por ahí voy!