Tendría yo tres o cuatro años de edad para la última vez que probé un moco. Poco se imaginaría mi tierna mente infantil de aquel entonces que el próximo lo probaría 37 años más tarde en la lejana tierra de Portugal.

El año pasado, Nissan escogió ese precioso país ibérico como la sede de su evento Nissan 360. Celebrado cada cuatro años, el mismo sirve como una gran exposición en la que los miembros de la prensa internacional tienen acceso a toda la producción mundial de la automotriz. Es decir, todos los vehículos producidos por Nissan alrededor del mundo quedan disponibles para pruebas de manejo: desde el nuevo y todopoderoso dios de los autos deportivos, el Nissan GT-R, hasta inofensivos microcarros urbanos como el Nissan Moco.

Ahora en su segunda generación, el Moco es el fruto de un proyecto en conjunto entre Nissan y la también japonesa Suzuki. Es esta última la que hace los Mocos en su planta en Shizuoka, Japón.

Muy contrario a su significado en español, “moco”, en el idioma nipón, es un término utilizado para describir algo bonito. Pues muy acertado el nombre (en japonés, por supuesto) porque el Moco es de una apariencia muy simpática. Cierto, luce algo cómico porque es más alto que ancho, por lo que da la impresión de que alguien estiró el Moco. Pero a pesar de su elasticidad visual, el Moco es muy lindo (jamás pensé que utilizaría las palabras “moco” y “lindo” en la misma oración).

Añadiendo a la simpatía del carrito están los diminutos aros de 13 pulgadas.

 

Aún cuando se trata de un microcarro, el Moco tiene un espacio interior bastante adecuado con cabida para cuatro personas. Cuando lo abordé, fue que caí en cuenta de que nunca me había imaginado estar dentro de un Moco. Tampoco había pensado estar algún día envuelto por uno.

Dado que es solamente el mercado japonés el que consume Mocos, el guía queda en el lado derecho. Y para un boricua acostumbrado toda la vida a manejar desde el lado izquierdo, resultó confuso probar el Moco. Se siente bien raro operar la palanca de cambios con la mano izquierda y abordar el auto desde el lado derecho. También lo fue tener que girar el cuerpo hacia la izquierda para mirar hacia atrás al marchar en reversa. Pero lo más irritante resultó ser activar las señales de viraje, cuya palanquita siempre queda al lado izquierdo del guía, ¿verdad? Pues no. En el Moco y otros vehículos con guía en la derecha, esa palanquita queda en el lado derecho. Por tanto, cada vez que quería activar la señal de viraje, encendía los wipers.

 Una vez vencida la dislexia que causa manejar desde el lado derecho, el Moco se torna en una delicia. Sí, porque es divertido de manejar. Eso es, por supuesto, si no se guía de forma agresiva pues para disfrutar el Moco, hay que manejarlo muy dócilmente y es debido a que su motorcito es casi de juguete. Por tanto, hay que manejar el Moco bien suavecito. 

Para los periodistas que no eran hispanoparlantes que también cubrieron el evento, el Moco no fue objeto de gracia. Fue tan sólo un auto más cuyo peculiar nombrecito era una simple palabra sin sentido como para nosotros lo son Sylphy, Almera, Tiida y Teana, otros cuatro de los 60 modelos que había disponibles para la prueba en el Nissan 360. Empero, para el nutrido grupo de latinoamericanos que estuvimos allí, el nombre del Moco nos resultó sumamente fascinante y nos sirvió de inspiración para muchos eslógans y anuncios publicitarios. 

Sólo nos divertimos mucho más cuando inventamos anuncios para otro pequeñín japonés llamado Mazda Laputa.