Tarea del 2016: hacer más tiempo para él
"Una de esas cuatro veces que el arbolito se prendió en mi casa fue hace dos semanas, cuando recibí la más tierna de las visitas".

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
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Ya les había dicho, que este año rompí un poco mi tradicional frialdad navideña y decidí montar un árbol. Les confieso que desde que lo monté, a principios de diciembre, solo lo he encendido como cuatro veces.
No es que no me guste verlo prendido, no me malinterpreten. Es que cuando llego del trabajo, usualmente voy a la nevera, tomo un vaso de agua, subo al segundo piso, donde están mi cuarto y el baño, y luego no bajo más.
Realmente, monté arbolito este año un poco con la expectativa de hacer estas navidades diferentes, digamos que menos frías y carentes de significado que las anteriores. Vamos, que este año tengo un sobrino, y eso me tiene con el corazón blandito.
Una de esas cuatro veces que el arbolito se prendió en mi casa fue hace dos semanas, cuando recibí la más tierna de las visitas. Sebastián llegó en la tarde con mi mamá y su mamá, para compartir un ratito. Ya que tití no pudo verlo el 25 de diciembre, fue la ocasión perfecta para que el nene cogiera sus regalos debajo del árbol, los abriera y jugara conmigo.
En menos de cinco minutos, mi sala era zona de desastre con cojines en todo el piso y tiras de papel de regalo por todos lados. Esos pedazos de papel se convirtieron más tarde en bolas que con las que jugamos a lanzarnos. Esa tarde, también jugamos a escondernos. Mientras él se metía debajo de la mesa y entre los bancos de la misma, yo tenía que bajarme para encontrarlo.
Él reía a carcajadas y yo estaba feliz de tenerlo toda la tarde en la casa para mí.
Cuando llegó el momento de despedirnos, los llevé hasta el carro. Me monté con ellos para que me dejaran en mi guagua porque estaba lloviendo, y al bajarme pasó lo impensable: Sebastián lanzó un grito de desesperación. “¡Tití!”, exclamó con tristeza, y de inmediato se echó las manos en la cara, como si fuera a llorar.
Su reacción me destrozó el alma, me rompió el corazón en cantitos y me sacudió hasta las lágrimas. La última vez que una despedida dolió tanto fue en septiembre, cuando le dije “hasta luego” al sujeto que me roba la paz, el sueño y escasas ocasiones, el hambre, debido a que tiene que estar un año al otro lado del mundo por compromisos de trabajo.
Esa noche me quedé muy triste, pensando en el poco tiempo que a veces tenemos para estar con las personas que amamos.
Así que, tengo tarea para este año, y esa es encontrar ese tiempo de calidad para él.