“Se supone que predicara”, dijo la llamada pastora, reconociendo que su discurso se alejaba del esperado sermón de ese día. En cambio, en lugar de un mensaje de amor y de fe, la religiosa despotricó contra los legisladores, contra los negros, y ni “La Sirenita” se salvó del despiadado ataque.

Fue un mensaje lleno de violencia verbal, difícil de escuchar, con insultos, amenazas y de burlas despiadadas. Ese menosprecio tan grande por la dignidad de los demás seres humanos no lo debe exhibir ninguna persona, pero menos aun los líderes religiosos.

Escuché a otro pastor hace un par de semanas, con un tono defensivo después de recibir más de $30 millones de dinero público, acusar a las personas más pobres y vulnerables en el país, de malgastar las ayudas recibidas por las pérdidas ocasionadas por los huracanes.

Dice el pastor que la gente usó el dinero para comprar televisores “plasma”, cuando debían usarlo para arreglar sus hogares. La acusación la lanzó sin fundamento ni prueba alguna. De hecho, ni siquiera la agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés) ha hecho señalamientos similares. Pero ahí estaba un pastor desde el privilegio que le da el púlpito de la iglesia, usando su voz para atacar a los pobres.

Pues resulta ahora que los discursos políticos ya no se limitan a las tribunas de barrio o a las asambleas de los partidos, ahora tenemos que escucharlos también en las iglesias. Por supuesto que la libertad de expresión cobija a todos y eso incluye a los pastores y a los sacerdotes. No pretendo decirle a los demás cómo llevar su mensaje. Pero a mí me choca, porque siempre he percibido la iglesia como un lugar donde se recibe paz, un mensaje de amor, de esperanza, de consuelo. Un lugar donde buscamos las herramientas espirituales para enfrentar la vida, que puede ser tan difícil a veces.

Lo que escuchamos en estos días pasados dista mucho de eso.

Los pastores son seres humanos, como todos los demás. Se pueden equivocar, pueden cometer errores y sucumbir en un momento de coraje. Pero un ataque virulento como el que escuchamos esta semana, va más allá de eso, porque denota racismo, clasismo y falta de humanidad y eso no es algo que se zafa en la emoción de un momento. Eso viene de adentro, del interior del corazón y el espíritu.

En cambio, y gracias a Dios, hay muchos ejemplos de personas que desde el ámbito religioso han dedicado su vida a servir a los demás y viven el ejemplo de Jesucristo todos los días. Así lo hace, por el ejemplo, el chef Iván Clemente, con su misión de alimentar a los niños y a las familias necesitadas. Por años lo hemos visto buscar los recursos, siempre escasos, para llevarles comida a miles de personas que de otra forma pasarían hambre.

El senador Vargas Vidot, por su parte, quien se llevó un inmerecido insulto por parte de la pastora, ha dedicado su vida a los enfermos por la adicción y el sinhogarismo. No es religioso, pero desde Iniciativa Comunitaria han rescatado personas de las garras de la muerte y luchan por proveerles alternativas de manera compasiva.

El padre Orlando Lugo, que es un gran comunicador, mientras tanto, trae a la discusión pública los asuntos que pueden ser de preocupación, abordando incluso los temas más difíciles, siempre de forma respetuosa. Al padre Lugo también lo hemos visto en la calle, practicando de verdad el Evangelio de Jesús en las comunidades.

Ejemplos los hay malos y los hay buenos, eso aplica a todos los ámbitos, a todas las profesiones, donde se tiene el privilegio de comunicar ideas y debatirlas. Sin embargo, tenga en cuenta que según hay libertad de expresión, usted tiene la libertad de no escuchar.