Hoy sería el día para hablarles sobre el arresto de la exgobernadora Wanda Vázquez. Sobre la corrupción que nos arropa, etcétera. Sin embargo, hay otro asunto que no puedo dejar de comentar. Y es que esta semana nos trajo también más noticias espantosas de abuso sexual de niñas, por parte de padres, padrastros o allegados. Y yo siento vergüenza de esta sociedad que no es capaz de proteger a los más pequeños y a los más vulnerables, porque hay un escándalo político que nos ocupa toda nuestra atención.

En los pasados días, cuatro incidentes de abuso sexual nos han indignado, dos de ellos relacionados a niñas con discapacidades, para quienes era imposible hacer la denuncia.

El Centro de Control de Enfermedades del Departamento de Salud Federal estima que solo el 16 por ciento de los casos de violencia sexual son reportados. Las estadísticas de la Policía y las del Departamento de Salud no son compatibles y la diferencia es de muchos miles. Entonces, algo anda mal. En muchos casos, la víctima hace la denuncia, pero luego no quiere continuar con el proceso. Le da temor enfrentar el proceso judicial, revivir el trauma y luego hacer frente al estigma social de haber sufrido una agresión de esta magnitud.

Al horror de haber sido violada, súmele el peso que tiene que quien le agrede es su papá o el padrastro, que ocupa la figura de su padre biológico. No hay palabras para describirlo. ¿Cómo una niña o niño puede recomponer en su cabeza inmadura ese esquema familiar en el que la persona que se supone que la ama y la protege, la usa de esa forma? El menor solo puede sobrevivir, así que normaliza esa conducta y se convence de que no hay otra forma.

En uno de estos casos, le tomó 15 años a una joven ya adulta denunciar a su padre que, desde los 7 añitos de edad, la utilizó sexualmente.

No denunciar la violencia sexual no puede ser una opción. El Instituto de Ciencias Forenses tiene miles de “SAFE Kits” con toda la información genética de un agresor sexual no identificado, y se espera que en algún caso aparezca el nombre de un sospechoso a quien se le pueda adjudicar la agresión. Pero si no se hacen las denuncias, muchos de esos casos quedaran impunes. Las víctimas creen que se protegen a sí mismas con el silencio, pero no saben que de esa misma forma protegen al agresor y ponen en riesgo a otras víctimas en el futuro.

Este delito, que violenta de la forma más cruel la dignidad del ser humano, tiene que ser denunciado. Yo quisiera ver en las escuelas un curso de educación sexual, de salud, de perspectiva de género, me da igual cómo le llamen, que les enseñe a los menores que todas las personas que le rodean, sin importar quienes sean, tienen que respetar su cuerpo.

Los padres y los abuelos tienen que explicárselo a sus hijos e hijas en el hogar también y repetirlo… y repetirlo. Además, los demás tenemos que abrir los ojos y observar. Mirar con detenimiento y consciencia el comportamiento y las señales de alerta. Un niño pequeño, al igual que uno con alguna discapacidad, no puede entender la gravedad de los actos. La escuela no puede hacerlo todo. Las organizaciones no gubernamentales, que hacen un gran trabajo, tampoco pueden hacerlo todo. Se dice en el idioma de Shakespeare que para criar a un niño “It takes a village”. Quiere decir que hace falta toda la comunidad. Y no crean que estos delitos solo ocurren en las comunidades pobres, la violencia sexual arropa todo el espectro social. La cosa es que algunos prefieren no mirar.