Hasta hace muy poco, nadie que conduce responsablemente por las carreteras del país, debía temer por su seguridad, más allá de incidentes totalmente fortuitos. Nuestros expresos, avenidas, calles y carreteras, se sentían seguras y de construcción sólida. ¿Qué ha pasado en los últimos años que ahora son tan comunes los deslizamientos, derrumbes, socavones y desprendimientos? Milagrosamente, alguno de estos eventos no le ha costado la vida a algún conductor.

Esta pasada semana, se abrió la tierra en Humacao, y casi se traga un automóvil con su conductor en el interior. No llovía ni había emergencia alguna. Luego se supo que la situación fue provocada por una rotura en una tubería de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados. Seguramente, otra de las deterioradas tuberías.

Entonces, está el gran derrumbe en el expreso 52, entre Salinas y Cayey. El mismo que ya le está constando mucho dinero al muy lastimado comercio de la zona sur de la isla. Toneladas de rocas permanecen sobre los dos carriles del expreso, que se encontraba precisamente en reparaciones en varios segmentos. Resulta que no se trata solo de remover las rocas y limpiar, sino que hay que asegurar la estabilidad del terreno. Y cuando se habilite la ruta y comience a llover otra vez, como esta pronosticado para esta semana, ¿podremos transitar con la misma tranquilidad? Lo dudo.

Este ha sido el inconveniente para los usuarios del expreso. En nuestros campos la situación es mucho peor y peligrosa. Por las carreteras rurales pasan todos los días ciudadanos que se juegan la vida porque no hay una vía de acceso que sea menos vulnerable. Carreteras como la 167 de Comerío, por ejemplo, donde demasiados tramos con desprendimientos, desde el paso del huracán María, están todavía sin reparar. Por supuesto, con Fiona y las lluvias subsiguientes la situación se ha agravado todavía más.

Ya me imagino el proceso de reclamación. Ahora hay que hacer una nueva evaluación, emitir otro requerimiento de propuestas, esperar por la aprobación, luego por el diseño. Sabe Dios cuántos años pasen antes de que los daños sean reparados. Y eso es lo urgente, porque la Junta de Supervisión Fiscal ha dicho que apenas el 13 porciento de las carreteras del país están en buen estado. Y si esto es escandaloso, considere esto, la Autoridad de Tierras ha dicho que trabaja en un plan de mejoras a 45 años. Quiere decir que arreglar todo, incluyendo los proyectos nuevos, tomará desde ahora hasta el 2067.

Yo no sé de ingeniería, ni de planificación, pero cada vez que un funcionario dice que todo se debe al deterioro de las carreteras o de la infraestructura eléctrica o de las tuberías, solo me pregunto si será que los buenos puertorriqueños que diseñaron todo esto hace tantas décadas, no pensaron que a todas estas cosas, había que darle mantenimiento. Que no dejaron un plan. Que nadie sabía que todo se deteriora y hay que reemplazar, sustituir, renovar.

Pareciera la sorpresa del siglo que nuestras estructuras están viejas. Y en 60 años a nadie se le ocurrió que eso pasaría, hasta que llegó un huracán para revelar la realidad escondida.

Pero no pasa nada, porque ahí están los fondos federales para resolverlo todo, aunque nos tardemos 45 años más. Pero mucho ojo, no sea que algún aprovechado con buenos accesos al poder, le dé con robarse algo de lo que está por ahí ya asignado hace años y que eso levante otra vez la desconfianza del Tío Sam. O que el gobierno federal y el Congreso, piensen que si el dinero no se ha usado, será que no hace falta y con el mismo “amor” que lo dio, nos lo quiten.

Mientras tanto, camine por ahí con cuidado, observe bien las rutas por donde transita y esperemos con calma el 2067.