Como madre de jóvenes mujeres, me atormenta lo ocurrido esta pasada semana, cuando dos féminas fueron vilmente asesinadas. Resuenan en mi mente las palabras de la madre de Jeniffer Michelle Maldonado Padua, preguntándose que pasó en los últimos minutos de vida de su hija. Ese es el pensamiento que angustia a doña Élida Padua.

La mujer llegó hasta el lugar donde encontraron el cuerpo destrozado de su hija y ni siquiera le permitieron verla. Ahora, ella la conocía bien y puede imaginarla luchando por su vida y defendiéndose del brutal ataque, pensando en sus hijos, mientras su compañero de trabajo acababa con ella. Luego se pregunta por qué la mató, por qué de manera tan cruel y por ahora solo puede especular “sabe Dios cuántas cosas mas”, anticipando que hubo más agresiones que de primera intención no son visibles.

Es que el sujeto, Anthony Salvá Rivera, imputado de este crimen y quien supuestamente confesó los hechos, tenía expediente criminal por más de un incidente. Y en ambos casos hubo imputaciones de delitos sexuales. Pero mientras se dilucida cómo es que una persona con semejante trasfondo podía ser nada más y nada menos que guardia de seguridad, hay que preguntarse si hemos avanzado algo desde que hace un año se le otorgó a este tipo de asesinato el nombre de “feminicidio”.

El de Jeniffer es el décimo feminicidio este año, y el segundo en una semana. Esa cifra, según los estudiosos y conocedores, es mucho mayor si se investigan adecuadamente los casos. Pero el asunto es que la cantidad de feminicidios hasta esta fecha nos revela que no se ha logrado nada en la lucha por erradicar la violencia contra la mujer.

Pienso que es importante llamar las cosas por su nombre, es un primer paso en el reconocimiento de un problema. Además, hay que dejar claro que este delito, a mi entender, se trata de la superioridad del hombre sobre la mujer, de que el asesino comete el acto porque puede ejercer su poder sobre ella, ya sea por la fuerza física o emocional, independiente de que haya una relación amorosa presente o pasada.

Con la inclusión del feminicidio en el Código Penal, también está la creación del comité PARE, para la Prevención, Apoyo, Rescate y Educación, en torno a la violencia de género. Se decretó un estado de emergencia. Pero ninguna de estas iniciativas ha logrado siquiera disminuir la incidencia de este delito. Más de un año después seguimos en emergencia.

Yo no soy experta, ni conozco las interioridades de los comités. No tengo porqué dudar que tienen las mejores intenciones y, probablemente, un plan que no conozco, que en el papel luce muy bien. Lo que sí sé es que, si lo que han puesto en práctica, no esta funcionando. Tienen que hacer más. El asunto no se puede quedar en campañas de publicidad y “brochures”, que es lo que hemos visto hasta ahora. Las campañas son importantes, pero se quedan en las ramas y no van a la raíz. Educación es lo que hace falta, a todos los niveles.

Llámenle perspectiva de género o como sea, nuestras niñas tienen que saber que nadie tiene autoridad sobre ellas y tienen que saber cómo protegerse física y emocionalmente. Nuestros niños tienen que saber que no son superiores a las niñas y que tienen que respetar su cuerpo y su espacio. Y ambos tienen que saber que el respeto se extiende a todas las personas, sin importar sus circunstancias. La educación no es solo para niños y niñas, los adultos también tienen mucho que aprender. Nunca es tarde.

Por último, a todos y todas en nuestros hogares nos corresponde hacer nuestra parte. Los problemas sociales tan profundos, no se resuelven solo en la escuela, ni solo en la casa, ni solo a través de campañas publicitarias, ni solo en el gobierno. Sé que no estoy aquí revelando algún secreto, entonces, ¿por qué se nos hace tan difícil?