Este 8 de marzo, el mundo observa el Día Internacional de la Mujer, ocasión en la que recordamos a aquellas mujeres que pagaron un precio muy alto, a veces hasta con la vida, para lograr que se nos reconocieran derechos en la sociedad. También hay que reconocer que nos queda camino por recorrer.

Pero hoy quiero hablarles de un tipo de discrimen sutil, que pasa desapercibido, pero que a las mujeres nos cuesta mucho dinero y nos pueden costar hasta la vida.

Se ha estimado que anualmente las mujeres pagan alrededor de $1,300 o más que los hombres en productos básicos de higiene, solo porque están diseñados y mercadeados para féminas.

Se llama el “pink tax” o el impuesto rosa. Es un costo adicional que las manufactureras aplican a un producto que, aunque es idéntico al que producen regularmente, solo cuesta más porque lleva una etiqueta rosada, o un diseño femenino y le cambian la fragancia, cuando sea el caso. Esto es así en productos como jabones, rasuradoras, desodorantes y otros.

Otra forma de obtener mayor ganancia del bolsillo femenino es que el producto mercadeado para mujeres suele ser un poco más pequeño o tiene menos cantidad, pero cuesta lo mismo que la versión para hombres. A esta modalidad se le llama “shrink it”.

Tenga en cuenta que las mujeres, en general, ganan salarios más bajos que los hombres. En muy pocas jurisdicciones y profesiones se ha encontrado un avance en este aspecto. La “cherry” en el postre es que las mujeres realizan trabajo sin paga en el hogar cuyo valor se ha estimado en sobre 11 trillones de dólares anualmente en el mundo.

Otro tipo de discrimen sutil está en la prevención de riesgos. Casi hasta principios de este siglo, la FDA tenía prohibido a las farmacéuticas realizar estudios clínicos en mujeres. La justificación era proteger la capacidad reproductiva de la mujer. Pero la consecuencia real era que no se sabía de los posibles efectos secundarios de un medicamento en la mujer, que tiene un cuerpo distinto y un metabolismo distinto al del hombre. Los médicos recetaban a ciegas, y a ciegas, las mujeres consumían los medicamentos.

Otro ejemplo de este tipo de discrimen sutil, son las pruebas de seguridad contra accidentes de tránsito. La industria automotriz utiliza “dummies”, unos maniquíes que simulan el cuerpo humano, con las dimensiones y el peso de una persona promedio, para probar la seguridad de los automóviles.

Pues sí, creo que ya saben que esos “dummies” no tienen y nunca han sido diseñados para representar la forma, ni el peso, ni la estatura promedio de una mujer. Siempre han sido prototipos del cuerpo de un hombre. Así se diseñan los cinturones de seguridad, los dispositivos de refuerzo en el vehículo y las bolsas de aire, para proteger a un hombre, nunca a una mujer.

El Foro Económico Mundial informa que las mujeres tienen tres veces más probabilidades que los hombres, de tener lesiones en el cuello, como las que resultan del llamado efecto “whiplash”. Por supuesto, tienen mayor probabilidad de morir.

Un rayito de esperanza viene de Suecia. Allí el Instituto de Investigación de Carreteras y Transporte acaba de diseñar -hace solo dos meses- el primer prototipo de maniquí o “dummy”, con características de mujer. Así que esperamos que pronto se comience a hacer pruebas de seguridad para el cuerpo femenino.

Las mujeres somos una fuerza económica, estudiamos más, trabajamos más, así que no podemos ser tratadas como “dummies” que no piensan ni sienten. Es hora de que las empresas nos tomen en cuenta, como la fuerza económica que somos. Tenlo tú en cuenta la próxima vez que vayas a comprar cualquier cosa, ya sea un desodorante o un automóvil. Con nuestro comportamiento como consumidoras podemos obligar a las empresas a eliminar las prácticas discriminatorias. Es tiempo.