El apagón de la pasada semana, que nos interrumpió la rutina, se convirtió en el monotema de discusión durante días. Y con razón. Pero el contratiempo le robó protagonismo a una de las noticias más importantes de tiempos recientes: la confirmación de Ketanji Brown Jackson al Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

La jueza Brown Jackson hace historia al convertirse en la primera mujer negra en llegar a la Corte Suprema. Su confirmación, en votación partidista, se logró con el voto de solo tres senadores republicanos que vieron, más allá del fanatismo político, las impecables credenciales de esta mujer.

Me emociona demasiado su confirmación, primero porque es mujer. Apenas la sexta que ocupa esa silla. 127 jueces ha tenido el Tribunal Supremo en 233 años de historia y solo seis han sido mujeres. No fue hasta el 1981 que Sandra Day O’Connor ocupó por primera vez una de esas sillas.

La confirmación de la jueza Brown Jackson marca un hito porque por primera vez habrá cuatro mujeres simultáneamente en el más alto foro judicial. La fenecida jueza Ruth Bader Ginsburg decía que habríamos alcanzado la equidad cuando las nueve sillas en el Supremo sean ocupadas por mujeres.

Mientras eso ocurre, nos conformaríamos con que sean la mayoría. Yo propongo que sean por lo menos cinco, para que el Tribunal sea una verdadera representación de la sociedad.

Esta confirmación es además histórica, porque es la primera de la raza negra en llegar al Supremo. Desde su nominación escuchamos voces que criticaron que el presidente Joe Biden hubiese determinado de antemano que buscaría, específicamente, a una mujer negra. Algunos llegaron a opinar que era un acto racista, que se le nominara por ser negra, en lugar de hacerlo por sus cualificaciones. Durante la vista de confirmación, cada planteamiento de sus detractores era más absurdo que el anterior. Pero estoy segura de que la expresión de orgullo en el rostro de sus hijas, en aquella sala congresional, disiparon todo el sinsabor de ese día.

La presencia de esta mujer afroestadounidense en la Corte Suprema enriquecerá la labor de la judicatura como nunca antes. Sus intervenciones aportarán una sensibilidad única a la consideración de las controversias que lleguen ante ese foro. Ese criterio, matizado por sus experiencias de vida, no se puede pretender; solo puede nacer de la realidad. Jamás una persona blanca, mucho menos un hombre, podrá entender el sentir de una mujer, que solo por el color de su piel ha vivido en carne propia el discrimen, el menosprecio y el trato desigual.

En el Tribunal, una de las tres ramas de gobierno, se toman decisiones sobre asuntos que impactan directamente el diario vivir de los ciudadanos. Afortunadamente para todos y todas, allí habrá ahora una perspectiva más completa y más real. Ahora millones de personas se sentirán verdaderamente representadas y su voz de escuchará como nunca antes.

Sobre la jueza Brown estarán los ojos del mundo y se esperará de ella un desempeño sobresaliente, pues la vara para medirla de seguro siempre será más alta. Además, cargará con la responsabilidad de saberse el nuevo referente para las mujeres, jóvenes y niñas afroestadounidenses y de otras partes del mundo. Tal y como lo es Sonia Sotomayor para las puertorriqueñas y para las hispanas, le ha llegado el día a una mujer negra de dejar una huella que otras puedan seguir. Ella está lista y nosotras también.