Cada cierto tiempo aparece en el ojo público alguna persona que cobra notoriedad, por las razones menos deseables. No se trata de alguien con un talento particular, no realiza un trabajo que sea notorio, no tiene una preparación académica extraordinaria, no hace aportaciones en el área social, no es artista, no es deportista. Simplemente salta a la fama porque no sale de un lío para meterse en otro. Lisha Ramón Mejías es el ejemplo más reciente, pero ciertamente no es el único.

A Lisha la conocimos inicialmente como una historia de superación. Parecía ser una joven madre que se esforzaba para mantener a su hija vendiendo jugos naturales. Pero le ha tocado vivir el fenómeno del reconocimiento súbito e intenso de las redes sociales y claramente no lo ha podido manejar.

Lamento mucho el último capítulo que le ha llevado a la cárcel, pues esta chica que solo tiene 22 años, pareciera que camina sin rumbo, como un ser silvestre que se deja llevar a donde la lleve el viento. Un incidente tras otro, van sazonados por un despliegue de menosprecio por todas las normas sociales escritas y las que no lo están. La hemos escuchado hablar “live” a través de las redes sociales de su vida sexual, la hemos visto usando el inodoro, la hemos visto de fiesta. Claro, eso le ha generado una audiencia en las redes, que está pendiente de sus movimientos, como si fuese una novela de la vida real y ella es el personaje del momento.

Supongo que piensa que la gente que la sigue en esas plataformas se preocupa por ella. Supongo que ingenuamente no se percata de que, para la mayoría de las personas, ella no es más que un entretenimiento, casi siempre morboso.

Su vida es tan pública, que ya algunos expertos en salud mental han podido evaluarla, han observado su actitud, lo que dice y su lenguaje corporal. La catalogan como una persona con conducta antisocial y con trastorno narcisista. Que no distingue lo que está bien de lo que está mal, por lo que se involucra en actividades ilegales. Además, que exhibe delirios de grandeza, por eso caminó por los pasillos del tribunal sonreída y pidiendo que publiquen fotos bonitas de su persona, minutos antes de ser arrestada.

Cada cierto tiempo aparecen estos personajes en la vida pública. Los hubo también antes de las redes sociales. Los hemos visto varones, personas de más edad y hasta algunos intentando hacerse camino en la política.

“Influencers” le llaman, porque arrastran seguidores a sus redes sociales sin importar la razón, aun cuando sea para burlarse de ellos. Me parece que son sus seguidores quienes terminan influyendo en su vida, porque ya sea directamente o con su apoyo, animan las conductas que, al fin y al cabo, son para el entretenimiento de la audiencia, no para su beneficio. Por eso, pienso que de la situación actual de Lisha, todos somos en parte culpables.

De la verdadera vida de esta joven realmente no sabemos nada, ni de su trasfondo o de su infancia. Nadie conoce las interioridades del ser humano que proyecta esta conducta pública y sonríe en las peores circunstancias.

Lo único que sabemos es que divierte a las personas y que tiene una gran habilidad para meterse en problemas. Ojalá esta chica, a tan corta edad, y otros que andan en la misma ruta, vea la diferencia entre influir en los demás y ser manipulado por la masa de seguidores, que solo buscan entretenerse y lo que le pase a ella realmente no les importa. Pues cuando ella pase de moda, vendrá otro u otra a ocupar su lugar y se repetirá la historia.