Por más de un año y medio, la familia de Natalia Nicole Ayala esperó para escuchar el veredicto contra el joven Carlos Julián Maldonado, que le arrebató la vida a la también jovencita un 5 de enero de 2022.

Entre lágrimas, la madre de la víctima y su abuelita, que se convirtió como en una portavoz de la familia, se expresaron -por lo menos- aliviadas con la determinación judicial de culpabilidad contra el responsable de la muerte.

Se hizo justicia.

Por lo menos eso sienten ellos hoy. Pero yo pienso que todavía hay que esperar un poco más para saber, si en efecto, es la justicia que esperan.

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El proceso judicial que atraviesa la familia de una víctima, con paciencia, les debería dar un poco de sosiego, tal vez consuelo, para sobrellevar la pérdida. Perder un hijo es un dolor inimaginable para quienes no han pasado por ese proceso. Pero, además, es un dolor que solo con los años disminuye, mas nunca desaparece. Así que no hay veredicto ni justicia que provea el alivio absoluto.

Sin embargo, el proceso judicial no necesariamente culmina con la determinación que se toma en el Tribunal de Primera Instancia. Podría haber apelaciones en el futuro, por lo tanto, el resultado no es aun final y firme. Además, falta la sentencia. Y es ahí donde muchos casos de “hit and run” se quedan cortos en proveer la ansiada justicia que las víctimas y sus familias esperan.

Después de un veredicto de culpabilidad, en cualquier caso, el convicto es referido a un técnico sociopenal que realiza una evaluación del individuo y hace unas observaciones, las que el juez o jueza toman en consideración al momento de imponer la sentencia.

Por ejemplo, si ha cometido un delito anteriormente, si es una persona que ha sido productiva para la sociedad. Todos los aspectos de la vida del convicto son evaluados antes de que el juez imponga la sentencia. Es ahí donde el sistema judicial a veces resbala y un sujeto como el de este caso, puede terminar sentenciado a cumplir la pena en probatoria y nunca pisar una cárcel, a pesar de haber demostrado un total menosprecio por la vida de otro ser humano.

Estoy segura de que es probable que casi ninguno de los casos de personas atropelladas en nuestras carreteras son provocados intencionalmente. Seguramente, que algunos son verdaderos accidentes que no fueron previsibles. Pero en otros hay elementos de negligencia y claras violaciones a las leyes de tránsito. Ya esos casos tienen otro carácter y, para mí, el peor de los casos es el del “hit and run”.

¿Cómo una persona puede, a sabiendas de que atropelló a alguien, seguir su vida como si nada? ¿Cómo puede luego esconderse y no dar cara, a veces por semanas o meses, esperando no ser descubierto? ¿Cómo esto no es motivo para que la eventual sentencia judicial sea la más severa?

En muchas ocasiones, casos como este terminan con una sentencia en probatoria y eso para alguien que evade la justicia de esta manera no debería ser una opción. Se le puede dar el beneficio a quien, tal vez, dude en dar un paso al frente por uno o dos días. Es normal que sienta temor por las consecuencias, principalmente, si no hubo intención alguna de hacer daño.

Pero tratar de esconder el vehículo; poner una querella de accidente mintiendo sobre la realidad de lo ocurrido, como pasó en el caso de Natalia Nicole; evadir la responsabilidad por semanas y hacer que las autoridades tengan que invertir recursos, tiempo y esfuerzos para encontrar al responsable, no tiene perdón. Ese perdón que Carlos Julián Maldonado no ha pedido, tampoco debe dárselo el Tribunal con una sentencia favorable. De lo contrario, nunca acabaremos con el nefasto “hit and run”.