En la tercera década del siglo XXI, hay hombres que no han entendido que la mujer no existe para su placer o beneficio, ni para su servicio; que a las mujeres nos tienen que respetar como a todas las personas, en nuestra integridad física y emocional.

Lo digo más clarito: que no las pueden tocar ni manosear como se les antoja, que no pueden dirigirse a ellas con sobrenombres ni motes para apuntar sus características físicas; que el acercamiento físico tiene que guardar distancia prudente, y que hasta con la mirada deben ser respetuosos. A menos que ella muy expresamente le dé permiso.

El tema es inevitable después de lo ocurrido en la final del Mundial de Fútbol Femenino que se llevó a cabo en Sydney, Australia. El torneo en el que el equipo de España se coronó como campeonas del mundo, terminó con una nota desagradable que opacó totalmente el triunfo de la selección que hizo una demostración magistral.

Las españolas llegaron invictas a la final, vencieron al equipo de Inglaterra, captaron la atención del mundo. Estaban listas para celebrar, cuando el presidente de la federación española se creyó con derecho de besar a una jugadora en los labios, sin su permiso, en vivo y en directo a través de la televisión al mundo entero.

La excusa de este macharrán es que el beso fue mutuo.

No voy a entrar en las explicaciones absurdas del individuo que, finalmente, pidió disculpas con las muelas de atrás. La respuesta de la jugadora ha dejado más que claro que el beso no fue consentido y que se sintió agredida. El caso ahora es investigado por la FIFA, pues en España la Real Federación Española de Fútbol, aunque le dio una suspensión, han protegido al sujeto de la avalancha de críticas y censura. Es increíble, pero cierto.

Las jugadoras de fútbol en España y en el mundo, han tenido que lidiar con el discrimen descarado en tantos aspectos para que ahora también pretendan que, ante una manifestación sexista y misógina, se hagan las desentendidas y lo disculpen como si no hubiese pasado nada.

El deporte para las mujeres ha sido un campo de guerra, donde han tenido que luchar por su lugar. Luchar para poder competir. Luchar para ser tomadas en serio. Luego luchar para ser compensadas justamente, pues aun cuando practiquen el mismo deporte, sean más exitosas, ganen torneos o medallas, jamás cobran lo mismo que un atleta o deportista varón.

Un documental que, muy bien retrata esta lucha, lleva por nombre LFG y enmarca la cruzada del equipo de fútbol femenino de los Estados Unidos. Las dos veces campeonas mundiales, títulos que el equipo masculino nunca ha podido alcanzar, tuvieron que recurrir a los tribunales para recibir una compensación justa. Se trata de la misma inequidad salarial que tantas hemos luchado en otros campos. Las justificaciones para el trato desigual para la mujer en el deporte es el mismo cuento en todas partes, y es de la misma forma injusto, inmoral y criminal.

Es una pena que la hazaña de las jugadoras españolas no haya podido celebrarse como ellas se merecían. Que la actuación de una persona que tiene un gran poder en la Real Federación Española de Fútbol hizo que su momento de gloria se convirtiera en una controversia nacional.

Pero tal vez sea a su vez una gran oportunidad para que se discuta el rol de las mujeres en el fútbol y en el deporte. Para que la solidaridad de jugadoras y deportistas en otras partes del mundo, con el equipo de España, se traduzca en una conversación abierta y un camino al cambio. Y quien sabe si la repudiable actuación del hombre termine despertando otro “me too” para el deporte femenino.