Nos matan a nuestros niños. Ya no es suficiente con la juventud en sus 20 años, que cae víctima de la criminalidad, el narcotráfico u otras actividades delictivas. Ahora son, con cada vez más frecuencia, jovencitos, menores casi raspando la niñez.

Desde el pasado año ya habíamos notado una tendencia peligrosa y preocupante de jóvenes, menores de edad, involucrados en incidentes de violencia, o víctimas de asesinatos en circunstancias más allá de una confusión o porque estaban, meramente, en el lugar equivocado a la hora equivocada.

Este año 2023, una criatura de apenas cuatro años murió en una balacera que no iba dirigida a él. Ese fue solo el comienzo. A esta fecha, ya contamos diez menores de edad asesinados, los últimos de 13, 15, 17 años.

Las circunstancias no están todavía claras, pero en estos casos más recientes, los menores estaban claramente participando de alguna actividad cuyas circunstancias no son apropiadas ni adecuadas para su edad.

La mayoría de edad existe por una razón y es el desarrollo físico del cerebro, que no alcanza su total madurez hasta pasados los 18 años, aunque estudios científicos han encontrado que algunas partes del cerebro no maduran totalmente hasta los 24 años. Por eso en Puerto Rico una persona no es mayor de edad hasta los 21, aunque algunas actividades son permitidas a los 18 años. Por eso también a un joven por debajo de los 18 años no se le acusa por delitos, sino que se les procesa judicialmente por faltas, que luego desaparecen de su récord. Esto es el reconocimiento de esa inmadurez cerebral, que les dificulta la comprensión absoluta de la consecuencia de los actos.

No es tarea fácil lidiar con un adolescente atraído por otros, que pareciera que se divierten más alejados de la tutela de los padres. O los que son atraídos por el deseo de tener cosas materiales, un auto, ropa de moda, los mejores tenis, la máquina más nueva de videojuegos. No es fácil tener control, para un padre o madre que tienen que ejercer dos trabajos para cumplir con sus gastos; no es fácil cuando no tienen las herramientas para enfrentar la brutal fuerza del consumismo. Son tantas las variables en un hogar. Desde afuera es fácil juzgar: “¿Dónde estaba esa madre? ¿Cómo no se dio cuenta?”, pero hay casos y hay casos. No todos pueden ser evaluados de la misma manera.

Pero hay algo que me queda claro, el Estado no hace suficiente. Yo sé que no puede haber un trabajador social en cada casa, como no puede haber un policía en cada esquina, pero de los dos hacen falta muchos más.

También hace falta multiplicar la cantidad de ofrecimientos deportivos. Escucho a los gremios magisteriales quejarse de la eliminación de programas de artes, de música, de deportes. Las canchas de volibol se llenan cuando hay torneos nacionales, igual con el baloncesto que recién terminó. O sea, que el interés existe, lo que no hay es acceso, por lo menos no en todos los municipios.

Los programas de tutorías en horario extendido en las escuelas son vitales para ayudar a los estudiantes con rezago, que después de la pandemia deben ser muchos más. Esos, si son atendidos a tiempo, no desertarán la escuela, algo que ocurre ya desde el séptimo grado.

En inglés un refrán muy popular dice “It takes a village”. O sea, que para criar a un niño hace falta todo un pueblo. En efecto, hace falta mucho más que los padres, hace falta la llamada familia extendida: la escuela, el municipio, los vecinos, los amigos. Levantar a una juventud sana es un asunto de todos.