La institución del jurado tuvo una gran demostración esta semana en nuestro sistema judicial. No me pasa desapercibido que fue un juicio federal, pero de todas formas fue un jurado puertorriqueño y su trabajo en los pasados días merece reconocimiento.

Al concluir el juicio contra el exboxeador Félix Verdejo, el país tiene derecho a sentir alivio y satisfacción por el desenlace del caso más notorio en los pasados años. Después de 21 días de juicio, y de esperar por tres días de deliberación, por fin un veredicto le hizo justicia a Keishla Rodríguez Ortiz y a la criatura que llevaba en su vientre.

Su familia puede cerrar este doloroso capítulo y continuar honrando la memoria de esta jovencita, que se ha convertido en símbolo de la lucha contra la violencia de género.

Pero la conclusión del caso no fue fácil, evidentemente. Le tomó muchas horas al jurado, compuesto por nueve hombres y tres mujeres, alcanzar la decisión que les permitiría a ellos sentir que hicieron justicia a la víctima, evaluando la evidencia que, realmente, a sus ojos probó los hechos.

Tamaña tarea la del jurado, tener en sus manos, nada más y nada menos que la vida de una persona, que podría ser separada permanentemente de la sociedad y, por otro lado, hacerle justicia a la víctima de un horrendo crimen que sacudió a todo el país.

Yo pienso que estamos en deuda con las mujeres y hombres del jurado en este caso. Y con todos los que dan un paso al frente para colaborar con la justicia, asumiendo la más importante labor en cualquier proceso judicial. No es fácil, sin tener conocimiento experto en derecho, evaluar un caso y tomar una determinación, “más allá de duda razonable”. Y eso ¿qué es? ¿Cómo se mide? Ni siquiera en los libros hay una definición precisa, porque ese estándar de prueba no tiene una fórmula matemática, ni estrategia particular para alcanzarlo. Es, simplemente, una certeza que tiene que alcanzar el ciudadano/jurado, de que es mucho más probable que unos hechos ocurrieron de una determinada manera, según lo plantea la fiscalía, que como lo plantea la defensa. ¿Cómo se llega a esa certeza? Ese es el reto.

Pues con razón ese jurado en el caso contra Félix Verdejo se tomó tres días, pues es muy subjetiva la apreciación de la evidencia. Para colmo, el veredicto tiene que ser unánime. La gran responsabilidad que el sistema de justicia colocó sobre sus hombros no exigía menos que una evaluación minuciosa, detallada y concienzuda.

Es cierto que nos moríamos acá fuera del tribunal, desesperados por la incertidumbre; que hubiésemos querido un veredicto en el primer día. Pero la verdad es que, si me tocara a mí, o a alguien cercano pasar por un proceso judicial, yo quisiera que un jurado como ese se tome el tiempo de evaluarlo todo; que se tomen todo el tiempo del mundo en observar los detalles y consideren todas las posibilidades. Que nadie se retire del proceso con reservas y que emitan un veredicto con su conciencia tranquila.

Eso es lo que sabiamente persigue nuestra Constitución, al disponer que sean ciudadanos comunes los que juzguen a sus pares. Es nuestro derecho y estas pasadas semanas, ese derecho estuvo a prueba. La prueba la pasó este jurado con honores, para la tranquilidad de todos y todas.