Hace un par de semanas, se discutía en todo el país el tema de la inseguridad alimentaria y cómo, mientras los alimentos cuestan más cada día, el dinero nos rinde menos. Vimos escasez de productos en las góndolas de los supermercados y costos astronómicos en el transporte y nos asustamos. Pero ese tema, que debería ser urgente para los puertorriqueños, ya se nos olvidó.

La inseguridad alimentaria se ha disparado a nivel mundial con la pandemia y aquí alcanza hasta un 43% de la población, según estudios recientes. Muchos en la llamada clase media están incluidos ahí, pues aunque trabajan, el salario simplemente no les alcanza.

Ya sabemos que los desastres naturales y la pandemia dislocaron todas las producciones, incluyendo la agrícola. Las circunstancias para muchas personas y para los negocios han cambiado. Para colmo, la guerra en Ucrania desde hace ya cinco meses, en una región que es importante productora de granos y combustible para el mundo, nos coloca en una situación novel. Por cierto, la guerra no da señales de que terminará pronto. Y mientras tanto, nosotros cruzados de brazos.

Puerto Rico importa el 85% de todo lo que consume en alimentos. Y cuando se ha discutido esta realidad vergonzosa, se hace desde el contexto de los desastres y el potencial de que nuestra infraestructura de importación y distribución quede destruida. Nunca nos hemos detenido a analizar, qué va a pasar si los países que nos venden todo, simplemente, no pueden hacerlo más, o les cuesta tanto producir y transportar que deja de ser un buen negocio.

Ese es el gran problema, que la agricultura es también un negocio, que tiene que ser costo eficiente porque si no, no es sostenible. Como si esto fuera poco, la comida se ha industrializado de tal forma que hasta el valor nutricional de los alimentos está comprometido; pero ese es tema para otro día.

El asunto es que la necesidad más básica y primitiva del ser humano, que es comer, es ahora un negocio. Y en Puerto Rico dejó de ser un buen negocio hace décadas. Entonces el país se dedicó a sembrar cemento y a incentivar industrias y olvidamos lo más importante. Ahora nos encontramos a las puertas de una crisis que otra vez nos trae a territorio escabroso. Si no, por la escasez de alimentos, porque sencillamente no podamos pagarlos. Menos producción agrícola, costos insostenibles en el transporte y la inflación -que se estima ya en el 11%- nos deben dar una idea de lo que nos espera.

No estoy aquí descubriendo nada. Este problema está bien definido, estudiado y las soluciones tampoco son desconocidas. Lo que pasa es que nos ataca la dejadez y, la discusión más importante de cara al futuro, se olvida con la llegada de un nuevo issue más “sexy” o el chisme de moda, para discutir públicamente. El estatus, los apagones, el precio de la gasolina o Bad Bunny son temas más divertidos y de esos todos quieren opinar.

Y bueno, no es que no se puedan discutir esos temas y otros, pero creo que podemos caminar y mascar chicle al mismo tiempo. Lo que no podemos hacer es dejar a un lado un asunto tan apremiante como el acceso a alimentos. Lo que no podemos es perder la perspectiva de lo que es importante y lo que es urgente. Y la seguridad alimentaria de los puertorriqueños debería estar en la categoría de urgente. Si este no es el momento en que decidamos como país poner el desarrollo agrícola y la producción local de lo que comemos en primer lugar, entonces no lo será nunca.