Ya que estamos en “Halloween”, les quiero hablar de algo que sí mete miedo y es el futuro de nuestros estudiantes. No creo que haya muchos asuntos más importantes para un país que la educación de sus niños. Ciertamente, es prioridad para la mayoría de las familias, muchas de las cuales hacen enormes sacrificios para que sus hijos puedan ir a la escuela. La clase política está muy consciente de esto y cada cuatro años se compromete con transformar el sistema educativo para que tengamos escuelas adaptadas a los tiempos, que puedan responder a las necesidades de la sociedad.

Y así, escuchamos a los candidatos repetir en cada ciclo electoral sus promesas en las tres áreas esenciales: educación, salud y seguridad. También le ponen un estribillo o “slogan”, como si esto tuviera algo que ver con la ejecución que siempre se queda corta. “Educación de excelencia”, “Educación para el nuevo siglo” o “Por una educación de primera”…

El asunto es que, aunque con distinta nomenclatura, la educación es una promesa constante y siempre incumplida. Pasa un año y llega otro y los problemas siguen intactos.

Pero sin duda, en estos últimos años los estudiantes puertorriqueños han pasado la zarza y el guayacán. No tengo que repetir las catástrofes vividas una tras otra que han provocado que las ineficiencias del Departamento de Educación se magnifiquen. El impacto de todo eso lo vemos ahora muy claro.

En la Evaluación Nacional de Progreso Educativo este año, nuestros estudiantes quedaron en los niveles más bajos entre 53 jurisdicciones. Hubo una disminución dramática en el resultado con relación al 2019, el año antes de la pandemia, particularmente en el área de matemáticas. Y sí, la reducción en la obtención de las competencias se manifestó en todo Estados Unidos, pero aquí de forma muy marcada.

Las alarmantes cifras apuntan a que entre los estudiantes a nivel del cuarto grado, solo un 10 porciento tienen las destrezas básicas en matemáticas.

Lo mismo reflejaron las pruebas META, que mostraron una disminución de un 11 porciento en el aprovechamiento académico en relación al último año escolar antes de la pandemia 2018-19.

Yo puedo entender que al terminar el 2020, todavía aprendiendo del manejo de una pandemia en tiempos modernos, la respuesta del Departamento fuera inadecuada. Aun en el siguiente semestre, pues genuinamente todos nos quedamos esperando que el encierro terminara, primero en solo dos semanas, luego en unos cuantos meses.

Pero ya estamos en las puertas del 2023 y todavía no conocemos cuál es la estrategia para ayudar a nuestros niños a recuperar, aunque es claro el daño que sufrieron nuestros estudiantes en el ámbito académico. Y mucho cuidado, que el remedio, si es que se pretende buscar uno, no resulte en que los niños se sientan penalizados por algo que estuvo totalmente fuera de su control. El balance es delicado, pero es necesario tomar alguna acción.

Por varios años, administraciones de gobierno nos han dicho que reforzar las destrezas de ciencias y matemáticas, el llamado STEM, será el nuevo motor de la economía. Y ahora resulta que en ciencias y matemáticas están los retos más grandes en este nuevo contexto postpandemia. Sin importar la motivación que pueda tener el gobierno, aun cuando sea para asegurar el éxito de la fórmula económica, a estos niños hay que hacerles justicia.

Con ellos no podemos darnos el lujo de posponer la acción, como hizo el gobierno en otras ocasiones, por ejemplo, con la eliminación de la sección 936, que sabiendo de la crisis que se avecinaba, no hicieron algo al respecto. Cuando continuaron tomando deuda aun al saber que en poco tiempo el gobierno ya no tenía recursos para pagarla.

A nuestros niños no podemos abandonarlos, porque las señales están aquí ahora. En diez años estarán en la universidad y ya sabemos que para entonces tal vez sea muy tarde.