Mientras aquí en Puerto Rico revivíamos la tragedia de los estragos provocados por un fenómeno natural, y hemos pasado los últimos 21 días recontando la historia de la falta de electricidad, en el otro lado del mundo se desata otra clase de tragedia.

La que viene por la intolerancia y la soberbia, reflejo de la convicción de que hay una sola verdad: la propia. Esa visión totalitaria le costó la vida a una niña, de apenas 22 años de edad, Mahsa Amini, que murió mientras estaba detenida por la llamada “Policía de la Moral” en Teherán, capital de Irán. Intervinieron con ella, no por haber cometido un delito, sino por llevar mal puesto el velo, con el que deben cubrir su cabeza todas las mujeres en ese país.

Mahsa Amini era para mí una niña, porque tengo hijas en esas edades y para mí siguen siendo mis niñas. Pero mis hijas viven felices y libres de tener sus propias opiniones, de pensar como quieren, expresarse como quieren y vestirse como prefieren, sin que eso sea un delito. Por eso me es tan difícil digerir noticias como esta. Pero, además, me apena que aquí no hemos podido discutir a fondo los detalles de lo que ocurre en Irán, pues Fiona volvió a sacar a flote nuestras propias inequidades.

La muerte de Mahsa ha desatado una ola de protestas en varias ciudades de Irán. Medios de comunicación europeos han reportado incidentes en hasta 15 ciudades, donde mujeres han decidido, a pesar de los riesgos que esto conlleva, protestar contra las leyes que les imponen no solo el uso del velo o “hiyab”, sino también el silencio.

En una impresionante demostración de coraje y valentía, las mujeres allí se han lanzado a las calles, han quemado los velos y se han cortado el cabello, en señal de indignación. Las protestas en los espacios públicos y, principalmente, en las universidades, han terminado con enfrentamientos violentos con la policía que, según ha trascendido en algunos medios, han dejado más de 180 personas muertas. Las protestas, que comenzaron el 17 de septiembre, continúan hasta hoy. Mientras se ha reportado que el gobierno ordenó restringir el acceso a internet y el uso de redes sociales.

Los ciudadanos y organismos civiles han pedido una investigación independiente de los hechos. Pero la última versión oficial es que la jovencita murió a causa de un padecimiento cardíaco que le provocó un infarto. Sus familiares, por el contrario, niegan que la joven tuviese alguna enfermedad. Con esa determinación, es fácil imaginar cómo va a terminar esa investigación. Pero, ¿será la muerte de Mahsa Amini la gota que colme la copa? ¿Se convertirá en el detonante que impulse cambios o reformas en ese país?

Es muy difícil tomar la temperatura a la situación desde aquí, pero lo que sí creo evidente es que va a hacer falta mucho más que la determinación de las mujeres iraníes para poner fin a la opresión a la que son sometidas. Necesitan de la solidaridad internacional, que los ojos y oídos del mundo presten atención y que no se deje languidecer el reclamo de las mujeres en Irán. Las sanciones políticas y económicas no necesariamente son la solución. Aquí sabemos por experiencia que la intervención gubernamental, ni las sanciones como las que impone la ley, han sido suficiente para frenar la violencia de género.

Este asunto es de índole social, compete a todos y todas; y desde cada rincón del planeta, incluyendo nuestra isla, debe resonar la censura. No se trata de dictarles cómo vivir su religión, se trata de equidad.

Ya que acá en occidente nos encanta la globalización y las ventajas de la interrelación económica y política de los países, ha llegado el momento de que globalicemos también la indignación. Acompañemos a las mujeres iraníes en su lucha.