Casi a diario, escuchamos a oficiales de la policía de alto rango pedir la colaboración ciudadana para esclarecer casos criminales. Los investigadores están conscientes de que las personas saben mucho más de lo que dicen y más de lo que están dispuestos a divulgar. En casi todas las escenas criminales hay potenciales testigos que conocen detalles o pueden ofrecer pistas que apunten a los responsables de un asesinato o de un atraco, pero sencillamente no están dispuestos a hablar.

La utilidad de la tan solicitada y anhelada colaboración ciudadana ha sido comprobada en las pasadas semanas, cuando la Policía pudo esclarecer y arrestar a varios sujetos, presuntamente, asesinos de personas de la tercera edad.

Los arrestos los lograron en tiempo record, algo que no habría sido posible si las personas no hubiesen cooperado con la investigación.

El viernes, cuando todavía los familiares y allegados no habían terminado las exequias para Don Fidencio Alicea Arroyo ya la Policía les había echado el guante a dos sospechosos, uno de los cuales fue detenido ya montado en un avión a punto de abandonar el país, para evadir la justicia.

A Don Fidencio, un líder de su comunidad, maestro retirado y músico, lo mataron viciosamente para robarle cuando se dirigía a su iglesia en la zona de Cayey. No habría sido posible agarrar a estos sujetos sin la colaboración de los testigos.

Otro caso que se resolvió en pocos días fue el asesinato de la pareja de jubilados que en Naguabo fueron torturados, asesinados y luego quemados. El imputado de ese crimen, un jovencito que a sus 18 años ya carga con 20 denuncias adicionales por otros actos criminales. A este lo encontraron escondido en un motel. Lo pudieron identificar y apresarlo gracias a que alguien lo identificó y lo delató.

No estamos acostumbrados en Puerto Rico a esa eficiencia, a esa rapidez en las investigaciones. Tampoco creo que es culpa o negligencia de los agentes de la policía que tantos crímenes se queden sin resolver. Claramente, ellos saben cómo hacer el trabajo, y estas semanas lo hemos podido comprobar una y otra vez.

Es que para encontrar a los delincuentes es necesaria y vital la ayuda de los testigos. El resultado del caso de Naguabo y el de Cayey no son actos de magia y tampoco es un golpe de suerte para la Policía; es que hubo personas que colaboraron, brindaron la información que resultó ser útil, ofrecieron las confidencias y la Policía pudo actuar a tiempo.

Entonces, ¿por qué eso no ocurre con los demás cientos de asesinatos que engordan las estadísticas en el país todos los años? Pues, a mi entender eso tiene mucho que ver con las circunstancias que rodean ciertos crímenes que desatan la indignación de las personas. Tiene que ver con la identidad de las víctimas, la forma en que se comete el delito. A mayor indignación por los hechos, más información fluye y más rápido se llega al arresto.

Pero, ¿acaso no todas las vidas tienen el mismo valor? ¿Acaso un asesinato no es tan delito como el otro? Será que a las comunidades no les molestan ciertos tipos de criminales. Será que en los asesinatos relacionados al narcotráfico hay otras reglas y en eso nadie se va a meter.

Las circunstancias de cada caso son distintas y las motivaciones de las personas para cooperar o no hacerlo son muy particulares. Pero que maravilloso sería que puedan agarrarlos a todos, como hicieron con el tal Jenniel Alexander; encontrarlo donde se esconda, en un avión, en un motel o en el monte. Si hubiese certeza de que los van a capturar, habría muchos menos asesinatos y muertes en el país.

Ya sabemos cómo se hace; sabemos cuál es la fórmula. Si solo la Policía pudiera garantizar la seguridad de los colaboradores; si solo la gente sintiera que el tribunal va a imponer la pena adecuada; si solotuviésemos certeza de que los culpables van a cumplir la pena que corresponde; tal vez la historia de estas semanas se podría repetir muchas veces más.