El deporte une al país. Eso quedó demostrado una vez más con el desempeño de nuestro equipo de béisbol que, durante los pasados días, nos regaló un banquete deportivo.

Gracias a nuestros peloteros, a su dirigente Yadier Molina, al gran “Sugar” Díaz -que pagó el precio más alto- y a todo el cuerpo técnico por realizar un esfuerzo extraordinario para imponerse hasta los cuartos de final.

Nos habría encantado que se coronaran como campeones del torneo, pero su desempeño fue espectacular, derrotaron a equipos poderosos, dieron una buena batalla y los puertorriqueños reconocemos ese esfuerzo y valor.

Gracias por despertar el orgullo de ver a nuestros jugadores sacar lo mejor de ellos y triunfar. Eso no tiene comparación.

Los comentaristas hablaban del carisma de nuestros jugadores y la energía que transmitían hacia el público que abarrotó cada juego. Pienso que los fanáticos fueron también parte de esa magia.

No son muchos los deportes en los que Puerto Rico tiene, de manera consistente, la oportunidad de llegar al torneo mundial. Por eso el orgullo patrio salió a pasear en esos días y se exhibió por todas partes.

El evento se convirtió, además, en una oportunidad de buenas ventas para comercios que, tal vez, habrían tenido un día regular, pero con los juegos hicieron su agosto. Ni hablar de los que aprovecharon para vender mercancía relacionada al Clásico. Todo el mundo caminaba por ahí en estos días con la camisa o la gorra de Puerto Rico.

¡Qué sentimiento tan divino! Esos momentos en los que no existen divisiones, ni política, ni controversias que discutir, sino apoyar a nuestro equipo y disfrutar cada batazo, cada carrera y cada victoria, todos en unión de pueblo.

Hay que ver la ilusión en los rostros de los niños y niñas que esta semana se sintieron inspirados por la gesta de nuestros deportistas. El ejemplo de la novena boricua se convierte, desde hoy, en la meta y propósito de miles de niños. Tal y como lo han sido antes nuestros equipos de baloncesto femenino y masculino, nuestra Adriana Díaz y Mónica Puig, Jasmine Camacho Quinn, Javier Culson, Jaime Espinal y muchos otros que se me quedan por mencionar.

Ahora es deber de los que tienen aquí a su cargo el desarrollo de nuestras futuras estrellas, brindarles las herramientas que necesitan para llegar a ser exitosos en el deporte, si tienen el talento y la disciplina. Sin embargo, tristemente, cada vez escuchamos menos hablar de las pequeñas ligas. Cada vez más resuena la queja de los maestros de educación física, y de bellas artes también, que se quedan fuera de la escuela porque no hay dinero, ni recursos o por falta de espacios adecuados. La política pública del gobierno y del Departamento de Educación debe estar enfocada en ser facilitador y promotor de las disciplinas deportivas. Y no es que descuiden la parte académica, pues con una dependencia con miles de empleados y miles de millones de dólares a su disposición, estoy segura de que puede hacer buen trabajo en ambos aspectos.

Pero, mucho ojo, que no toda la responsabilidad recae en el gobierno. A nosotros los ciudadanos nos toca también apoyar a nuestros equipos locales. Los equipos infantiles, juveniles, a la doble A y los profesionales.

Sin fanáticos, las franquicias no son económicamente viables. En muchos países y ciudades por todo el mundo el deporte es parte de su fórmula económica. Los parques se llenan y la actividad económica en torno al deporte es vibrante. Tal y como ocurrió aquí en esta pasada semana. Lamentablemente en la isla, solo vamos a los parques si llegan las superestrellas a jugar. Es un tema para replantearnos, porque nos encanta ganar, pero detrás del triunfo, en el sentido más amplio, hay una estrategia, un ecosistema deportivo y económico.

No deberíamos tener que esperar al próximo Clásico para experimentar esta euforia y esta alegría, pero a cada uno le toca su parte.